08 septiembre 2022

Domingo 11 septiembre: DIOS ES PADRE

 DIOS ES PADRE

Por Ángel Gómez Escorial

1. - Casi siempre, cuando pedimos algo a Dios Padre le pedimos que ejerza su poder y no su cariño. Si rogamos por la salud de un enfermo vamos a solicitar su curación rápida --y milagrosa-- y no que ese Dios que es Padre envíe todo su amor al entorno difícil del enfermo. Han pasado diez mil años desde los inicios de los conocimientos históricos del Viejo Testamento y acabamos de cumplir los dos mil años de la llegada del Hombre Dios a la tierra y, sin embargo, seguimos igual. Nuestra imagen de Dios rezuma poder, no amor. Y es ahí donde más nos equivocamos.

Las historias que se cuentan en el Antiguo Testamento son repetitivas. Dios Padre ruega a su pueblo elegido que vuelva. Ese pueblo es díscolo, olvidadizo y malvado. Pero Dios espera su arrepentimiento. Duplica sus alianzas y olvida el incumplimiento para tener cerca a sus hijos. Es todo una historia amor sublime. Jesús, su Hijo, será el rostro visible del Dios invisible. Y además mostrará esa condición entrañable del Dios poderoso. Es para Él y para nosotros Abba --papá, papaíto--, pendiente de sus hijos y dispuestos a perdonarlos siempre. La Redención significa, sobre todo, el conocimiento exacto de Dios --tras haber asumido la carne humana-- del pecado de los hombres. El sufrimiento existió y Jesús experimentó la tortura física y psicológica de los pecados de todos los hombres.

2. - La historia de Jesús en la tierra fue muy dramática. Él acudía hecho hombre para incluir en la existencia humana de todos los tiempos una presencia divina en, precisamente, las experiencias humanas. Y, sin embargo, los contemporáneos de Cristo decidieron darle la espalda, odiarle e instrumentar la muerte más dura y afrentosa que podía darse: la crucifixión, reservada a los delincuentes de más baja estofa. Nuestra aproximación argumental a la Pasión de Cristo nos lleva a descubrir que el mal del Malo está presente, que es activo y que, por supuesto, no es una invención. Dios quiso --mediante la Encarnación de su hijo-- acercar al hombre a la naturaleza divina. Y el demonio quiso evitar con todo su poder tal camino. Lugo, ciertamente, el gran amor de Dios por la humanidad generó el enorme poder de la Resurrección de Jesús y la glorificación de su cuerpo humano. Esa herencia --primogénito entre los muertos-- iba a ser para todos los hombres, que fehacientemente eran ya, "poco inferior a los ángeles". Se había producido la más grande derrota del Maligno.

3. - Hemos de acoger con sosiego y esperanza las lecturas de este Domingo Vigésimocuarto del Tiempo Ordinario. Los textos están elegidos muy bien, dentro de la sorprendente maestría "ideológica" que tiene la Liturgia. Por un lado tenemos el fragmento del Éxodo. En varias ocasiones el pueblo liberado se rebela contra Dios por la dureza del camino en el desierto. A veces es Moisés quien ruega al Señor piedad, pero otras en el mismo Dios Padre quien envía a su colaborador Moisés a que los anime. En este relato se demuestra que, en muchas ocasiones, el hombre prefiere la esclavitud cómoda que la libertad sin pan. El Éxodo iba a ser a su vez un camino de liberación y de reencuentro con Dios. Sin duda, Egipto --la estancia allí-- corrompió religiosamente al Pueblo de Israel. Hacia falta ese peregrinaje duro, para volver a encontrar a Dios. Pero el camino no fue imposible. No faltó el agua, ni el alimento. Algunas veces, nosotros mismos hoy debemos desear ir al Desierto para encontrar a Dios. El mundo cómodo actual, su tendencia a la paganización, su ausencia de amor por los demás, nos debe llevar al Desierto. A la mayoría nos falta un tiempo de reflexión en soledad, solo en presencia de Dios, para abandonar muchos de los contrasentidos que encadenan nuestra vida. Y de ahí ha de surgir un arrepentimiento jubiloso que haga más objetiva nuestra vida, alejada de los pertinaces engaños del Maligno.

San Pablo, con su estilo directo, refleja la misión más importante de Jesús: su capacidad para reconciliar a los hombres con Dios Padre. El perdón de los pecados, ejercido en proximidad existencial, fue --sin duda-- una gran novedad para esos tiempos. Era, por supuesto, Dios quien perdonaba los pecados. Cristo lo hizo de manera material y dejó como herencia a la Iglesia esa facultad. "Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores...". Y esa novedad permanece en nosotros gracias al Sacramento de la Reconciliación.

4. - El texto del Evangelio de esta semana es largo. En las acotaciones del Misal Romano indica que se puede prescindir de la lectura de la parábola del Hijo Pródigo. Es posible que se quiera dar más "posición" a la "primera parte", a la búsqueda de la oveja perdida para que no se diluya con uno de los relatos más bellos de toda la Biblia: el Regreso del Hijo Pródigo. Pero sea como sea, se complementa muy bien y merece alargar la lectura y la reflexión al respecto. Va ser San Lucas quien mejor nos presente siempre esa idea de Dios como Padre amoroso. Pero como decíamos antes la globalidad del relato bíblico es la búsqueda cariñosa del Dios Poderoso de su pueblo díscolo. Lo que da una profundidad impresionante a nuestra fe es el conocimiento de que Dios es amor. Y a partir de ahí el amor es un ingrediente fundamental para la existencia humana. Lo contrario, el desamor, el odio, es la personificación del Mal.

Una de nuestras mayores obligaciones solidarias como seguidores de Cristo es lograr la conversión de los otros hombres para que reine la alegría en nosotros y en el Cielo. El ejercicio del Apostolado es insoslayable y cada uno deberá encontrar como mejor hacerlo. En la mayoría de las ocasiones Dios llama mediante "segundas personas". La conversión siempre necesita de una mano amiga. Dios puede hacerlo de otra manera y ahí está la caída del caballo de San Pablo o la cancioncilla misteriosa --toma y lee-- que escuchó Agustín en el jardín. Pero la mayoría de las veces es un voz amiga la que te acerca a Dios. O un libro. Siempre hay alguien cercano que te pone en la vía más cercana para tomar el tren de Dios. No podemos, pues, obviar nuestra dedicación a la conversión de los demás, aunque como parafraseando a San Pablo no podemos olvidar la nuestra propia. Nunca terminamos de estar convertidos del todo y ese es un camino constante.

Lo importante para la reflexión de este domingo será el amor grande que el Padre nos tiene y, de hecho, el hace posible nuestra vuelta. Lo que ocurre es que dentro del uso de nuestra libertad nosotros debemos avanzar voluntariamente a su encuentro y recibir su abrazo aún en el camino, cuando El nos ha divisado a lo lejos. Reiteramos lo dicho al principio: las lecturas de esta semana deben de ser meditadas y contempladas de manera muy especial, porque en ellas se expresa esa realidad, a veces no entendida, ni admitida y que es la ternura de Dios hacía nosotros.

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