Habíamos interrumpido la lectura de S. Lucas el domingo VIII. Transcurrido el tiempo de Cuaresma y el tiempo Pascual, reanudamos nuevamente su lectura continuada. En la primera etapa, Jesús había predicado y curado en torno al lago de Galilea; a partir de la lectura de hoy, encontraremos a Jesús encaminándose hacia Jerusalén. Dice el evangelista que tomó la decision de ir a Jerusalén (v.51), es decir, Jesús sabía lo que hacía y lo que le esperaba, no era un viaje turístico. Ir a Jerusalén suponía ir a cumplir las profecías mesiánicas, o lo que es lo mismo: ir a donde sería rechazado por todos hasta morir en la cruz, pero Jerusalén también sería el lugar en donde resucitaría y desde donde ascendería a los cielos (Cfr. 51). La llegada a Jerusalén no tiene como finalidad el Gólgota; nos recuerda Lucas que la última meta de este caminar es el monte de los Olivos, desde donde ascendería a la gloria (Cfr. v.51).
La intención de S. Lucas es ponernos en camino con Jesús, quien irá adoctrinando a los apóstoles sobre las exigencias de su seguimiento. No van a seguir a un Jesús triunfante, glorioso, sino exigente, a un Jesús que desde este momento sentirá ya en Samaría el mismo rechazo que vivirá en Jerusalén. A lo largo del camino, les irá también corrigiendo sus actitudes violentas, mediocres, fundamentalistas. Les corregirá su celo agresivo y exagerado por querer pedir al Padre que caiga fuego sobre el pueblo samaritano que no les recibe, porque se dirigen a Jerusalén (Cfr. v.53). Lamentablemente se ha dicho y se ha enseñado que solamente los consagrados, religiosos y religiosas, eran los que estaban llamados a seguir a Jesús al estilo de los apóstoles. Falso. Todos los bautizados estamos llamados a seguir a Jesús, cada uno en el ambiente y vocación a la que el Señor le ha llamado; el evangelio es fuente de vida para todo bautizado; no hay bautizados de primera y de segunda. Seguidor de Jesús es todo aquel que se deja moldear por él y se identifica con su causa hasta las últimas consecuencias.
El evangelio de hoy nos presenta tres vocaciones; dos de los acompañantes se ofrecen como seguidores y al tercero le llama Jesús; los tres le ponen sus condiciones para seguirle, pero a ninguno rebaja sus exigencias; en las tres respuestas de Jesús subyace la necesidad del desprendimiento, de la renuncia, del abandono de las cosas y personas para seguirle. Seguir a Jesús predomina sobre cualquier otra exigencia y solamente así podremos confesar que Jesús es nuestro Señor. Importa darnos cuenta cómo muchas veces damos importancia a cosas que no lo son tanto a los ojos de Jesús y lo más importante es el Reino de los Cielos, no nuestras cosas. No existe respuesta a la llamada para ponerse al servicio del Reino de Dios si anteponemos a Jesús nuestras condiciones o intereses personales. Para ser fieles al Evangelio todos tendremos que renunciar a algo. Los apóstoles dejaron familia, barcas, su futuro; Eliseo, la yunta de bueyes y también la familia. ¿Qué somos capaces de dejar nosotros? Seguir a Jesús no es cuestión de entusiasmo: te seguiré a donde quiera que vayas (Cfr. 57), sino de una fidelidad perseverante.
En torno al evangelio gira una pregunta fundamental: ¿Quién es el auténtico discípulo del Señor? ¿Qué es lo que realmente le distingue?… No es el entusiasmo, ni las ilusiones ni los triunfalismos lo que nos distingue; verdadero cristiano es quien sigue a Jesús y lo deja todo o mejor lo usa todo para el Reino de Dios.
¿Qué me impide seguir a Jesús?
Vicente Martín, OSA
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