1. – En la asignatura pendiente del amor la mayoría de los cristianos estamos suspendidos. El amor no reina en la Tierra y solo unos pocos practican realmente el mandamiento principal de Cristo. En el Evangelio de esta semana Jesús dice que se sabrá que somos discípulos suyos al verse que nos amamos los unos a los otros. Pero ni es así ahora, ni lo ha sido antes. Y no solo no hay amor, sino que en la mayoría de los casos lo que circula es algo muy cercano al odio. Hay otro mandato que es el del amor a los enemigos, pero eso ya es demasiado… Y no lo es, realmente, porque Cristo y el Espíritu están vivos y ejercen su influencia en esos pocos.
2. – Ni siquiera amamos a los vecinos, ni a nuestros familiares. El mundo moderno se ha instalado en un egoísmo solitario y durísimo. Sabemos que hay gentes que se están muriendo de hambre a nuestro lado, en los mismos bloques de apartamentos. Una situación de paro severo les lleva a entrar en un aislamiento que no solo está producido por su vergüenza a exponer su penuria. Las pocas aproximaciones que tienen para contar su problema son recibidas con hostilidad. Está además el egoísmo atroz contra los lejanos o contra los que son diferentes. Los problemas de racismo en, por ejemplo, España se ceban con los gitanos –ciudadanos españoles desde hace siglos– y con los latinoamericanos –sociedades surgidas de nuestro mismo árbol– que intentan trabajar aquí. Y no digamos, claro está, lo que sufren los norteafricanos.
3. – El contraste estaría en la aparición de muchas organizaciones solidarias que trabajan para hacer el bien a los desposeídos. En cierta forma, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG’s) forman ese nuevo aspecto –sin duda venturoso– de atención a los hermanos. Muchos dicen, incluso, que éstas le han quitado sitio a las obras cristianas. Pero aunque no sea así, parece que el esfuerzo heroico de pequeños grupos de cristianos –la mayoría religiosos o consagrados– no está secundado en demasía por quienes se dicen seguidores de Cristo. Ocurre, entonces, que si posiciones ideológicas -o de cultura política- inducen a trabajar por el bienestar de nuestros semejantes, ¿qué debería producir el mandato de Jesús sobre que nos amemos los unos a los otros y que esto sea nuestra divisa para el conocimiento exterior? Pues, un mayor entusiasmo. Unos resultados muy superiores y muchos más caminos abiertos.
4. – Si fuéramos capaces de amar a nuestros semejantes –a todos– el mundo viviría en paz. Y en búsqueda del amor tal vez nos falte capacidad para hacerlo. No amamos porque no buscamos los caminos que nos llevan a ello. El mensaje de Cristo queda en la mayoría de los casos como un adorno grato. Y, sin embargo, debe ser nuestra vida. La fe sin obras no es fe, porque, en cierto modo, se está negando la principal característica de Cristo. Y Él nos habla de amor, de paz, de mansedumbre, de alegría. Pero también nos habla de pobreza, de limpieza de corazón, de ser servidores de los demás.
5. – Tampoco se puede entrar en caminos demagógicos sobre si es suficiente ayudar a los demás antes que la relación con Dios. Siempre en un cristiano tendrá que alimentar su peripecia personal, única, intransferible ante Dios. Porque hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Y ahí aparece Dios en primer lugar y, por ello, no es posible obviar nuestra vida de amor y oración constante a Dios. Pero como el amor a Dios y al prójimo está unido, tampoco nos podemos conformar con la devoción, alejada del amor a nuestros hermanos. Además, si verdaderamente tenemos un gran amor por Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, rebosará amor hacia nuestros hermanos.
6. – Hay que trabajar duro para que no haya violencia, egoísmo, insolidaridad y que todo ello salga de sectores de la sociedad que se dicen cristianos. Ciertamente que hay que trabajar para que esa falta de amor –que produce violencia, egoísmo e insolidaridad– no fructifique en parte alguna. Pero los cristianos debemos ser exigentes en cuanto a nuestra posible complicidad con los violentos y los opresores; con los que matan a inocentes y a culpables; con los, en definitiva, asesinos del amor. El mensaje no debe ser catastrofista. Hay muchas instancias de la Iglesia Católica –y de sus fieles– que luchan contra ese mundo atroz. Y, por supuesto, muchas vías para ejercitar, con obras, nuestro amor a los demás. Pero hemos de ser constantes y reflexivos. Y tener abierto el corazón a lo que nos manda Cristo respecto a nuestros hermanos. El problema emerge porque muchas veces ese corazón esta cerrado a las palabras de Jesús.
Ángel Gómez Escorial
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario