Lc 12, 13-21
«¡Necio! Esta misma noche te van a exigir la vida»
Tradicionalmente el ser humano ha sentido la necesidad de encontrarle algún sentido a su vida y habitualmente lo ha buscado en Dios, pero en la actualidad ya no ocurre así, y es creciente el número de personas que pasan por la vida sin preguntarse siquiera qué pintan en este mundo o si están aquí para algo.
También es creciente el número de personas que buscan el sentido de su vida fuera de Dios, pero el gran obstáculo que tienen para encontrarlo es la muerte, porque el reto de dar sentido a una vida sin Dios y con muerte no es trivial. A pesar de ello, es indudable que hay personas que ni creen en Dios ni en la trascendencia y que son capaces de hallar un sentido profundo a una vida que acaba en la muerte... aunque da la impresión de que la mayoría de personas es incapaz de hacerlo y su única salida es banalizar su existencia; es decir, reducir sus expectativas a pasar por la vida sin mayores sobresaltos; sobrenadándola sin osar zambullirse de lleno en ella.
Pero quizá no se pueda hablar del sentido de la vida sin considerar un hecho evidente, y es que hay personas que buscan el sentido en Dios y fracasan, y las hay que lo buscan fuera de Dios y también fracasan. Y este hecho nos lleva a formular una consideración que quizá sea la clave de todo: Si convenimos que la esencia de lo humano es la “humanidad” –es decir, ese sentimiento que nos mueve a compadecer y ayudar–, la única forma de dar sentido a la vida será a través de su práctica.
Y esto puede ser independiente de las creencias o increencias de cada uno, pues cualquier actitud vital que genere humanidad es portadora de sentido, y cualquiera otra que no lo haga provocará un vacío imposible de llenar con actividades mundanas o con prácticas religiosas.
Entonces ¿cuál es la diferencia?... Pues la diferencia está en que la capacidad de la religión (en su acepción más noble) para motivar a comportamientos humanitarios es muy superior a cualquier otra. De hecho, la praxis del cristianismo se asienta en el amor fraterno; en la humanidad, y ello nos puede llevar a entender a Jesús como “el que da sentido a mi vida”.
Hay momentos difíciles en que nos sentirnos arrojados al mundo sin referencias para vivir; condenados a elegir nuestro camino sin normas ni valores eternos que nos lo muestren y con el riesgo permanente de equivocarnos. Momentos en que sentimos la necesidad de encontrar un asidero firme donde aferrarnos para no ser engullidos por el lado oscuro de la vida, y es entonces cuando podemos encontrar a Jesús que nos dice: “No eres un animalillo condenado a morir y desaparecer, sino que tienes una misión en la vida; la misión de hacer realidad el proyecto de Dios; el sueño de Dios, y disfrutar más allá de la muerte de lo que has creado”…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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