Reflexión del Evangelio de hoy
Promesas de Vida
Abrahán creyó a Dios y sus promesas de vida – cuenta las estrellas del cielo y los granos de arena de las playas, y así será tu descendencia...- aun cuando no hubiera tenido pruebas prácticas de esas promesas. La fe es algo así, creer que el plan y el proyecto de Dios para los seres humanos es siempre una fuente de existencia plena, de vida en abundancia... aunque a veces no tengamos más pruebas que la confianza en el Amor de Dios por cada uno. Bajo la encina de Mambré y con la promesa del hijo que esperaba con Sara, comienzan a hacerse realidad. Como la venida de Cristo, el Hijo que nos nace, es la fuente de la vida en abundancia.
Hay una lectura de este pasaje que se hace como la experiencia de una teofanía, un encuentro directo con Dios que nos revela su ser, sus planes, sus proyectos y su plenitud. Abrahán y Sara se encuentran con Dios mismo Trinidad. No es que hagan nada ni que ellos lo busquen, es el mismo Dios el que en su amor decide salir a su encuentro, y como todo texto de la escritura, nos recuerda que es siempre Él quien sale a nuestro encuentro por puro y gratuito amor para traernos Vida en abundancia.
La esperanza de la gloria
Pablo recuerda a los Colosenses cuál es el centro de la misión que Dios le encargó y con ello nos recuerda a todos los creyentes la paradoja central de la vida del cristiano: sólo dando vida, sólo llenando de vida la vida de los otros, es como se llena realmente nuestra vida de vida. Frente a un bombardeo constante cultural actual de autoreferencialidad y egoísmo como claves de plenitud de la existencia --preocúpate de ti mismo, autocuidado, consumo de experiencias, tener todo lo que te hace la vida cómoda...-- el mensaje del Evangelio de Jesucristo se percibe de una contraculturalidad pasmosa.
La plenitud de la existencia está en gastar la vida llevando el mensaje del amor, la esperanza y la fe a otros, para que descubran la fuente de la verdadera vida: la de la promesa de la gloria que nos hace Dios. Y aunque ese “gastar” suponga sufrimientos y dolores, padecimientos y trabajos, esfuerzos y penurias, como vivió Pablo en su misión por amor y como estamos llamados los cristianos a vivir... La vida de fe es una vida de esfuerzo.
Demasiadas veces ya se nos ha contado que la felicidad y la comodidad son el por qué de la vida, y aunque en cierto sentido es real, aunque en su objetivo último eso es verdad, los medios para alcanzarlo son los que con frecuencia nos confunden. La felicidad no es una ataraxia que evita las dificultades. La felicidad pasa por la plenitud del sentido, del por qué y para qué estamos aquí. Por eso la paradoja central del cristianismo: gastando la vida, negándose a si mismo, olvidándose de uno para que sean los otros, sus necesidades, su realidad, la que ocupen nuestro foco, nuestra atención, nuestro trabajo y nuestro esfuerzo, eso, es la plasmación real del amor.
El mensaje evangélico del amor no es sin más una emoción y un sentimiento, tiene un componente místico en su comprensión, en su plasmación práctica, que es realmente lo que lo significa. Amar no es sin más sentir, es vivir de una determinada manera. Y eso es lo que Jesús en el Evangelio les recuerda a Marta y María.
Solo una cosa es necesaria
¿Se puede vivir entregando la vida a los demás sin medida, gastándose por otros, amando hasta el extremo? ¿De dónde se sacan las fuerzas para vivir así? En cada pasaje del evangelio en el que Jesús tiene que hacer algo significativo, se nos cuenta que primero se retira a orar, a estar a solas con el Padre, a escucharle y dejarse envolver por el abrazo de amor del Espíritu. Y así es como hay que leer este pasaje de Marta y María.
Demasiadas veces en la historia de la espiritualidad se ha leído como una contraposición entre la vida activa --Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas cuando solo una es necesaria— y la vida contemplativa --María, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada—cuando quizás la clave de lectura adecuada es la de pensar que un activismo sin experiencia profunda de Dios, sin teofanía, sin escucha del Verbo, sin la memoria constante de la presencia de Cristo en nuestra vida, es afán vacío.
¿Cómo nutro mi vida cristiana, cómo la alimento y la sostengo? ¿Me dejo encontrar por Dios que está buscando salir a mi encuentro para llenarme de promesas de vida? ¿Me fío de que su Palabra es mayor que mis anhelos, mis expectativas y esperanzas? ¿Soy capaz de aceptar quebrantos y sufrimientos por amor a Dios y a los demás?
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