El evangelista San Juan, representado tradicionalmente en la figura de águila, nos transporta a las alturas para contemplar el insondable designio amoroso de Dios sobre su pueblo: Vosotros habéis visto cómo os llevé en alas de águila y os traje a mí (Ex 19,4). Son los designios de un Dios que se interesa y preocupa por los suyos, que los cobija y protege en todo momento. El mismo Dios que, fiel a sus promesas, supo conducir y acompañar sabiamente a los suyos hasta el destino final de la Tierra Prometida.
Ahora, en el nuevo contexto social y religioso de la cultura griega, tan diferente al pasado de sus padres, los israelitas supieron adaptarse a la nueva situación sin dejar por eso de profesar la misma fe. El Dios Sabio al que veneraron sus antepasados es presentado y celebrado como la Sabiduría personificada. Es la Sabiduría divina, nacida de la boca del Altísimo, que sigue mirando desde el cielo a la tierra y que ha establecido su morada entre los hombres asentándose en la ciudad eterna de Jerusalén, la ciudad de nuestro Dios. Es ahí donde reside el gran Rey y el Templo en el que todo el pueblo festeja y celebra la gloria y grandeza de su experimentado Guía y Protector (Sal 48,3).
Jesús, trascendencia y cercanía de Dios
De ese Dios excelso que no deja sin embargo de mirar a la tierra. De ese Dios estrechamente vinculado a los avatares de sus criaturas que reclama para todas ellas la dignidad que se merecen. ¿Quién como el Seños Dios nuestro, que está entronizado en lo alto y se inclina para mirar desde el cielo a la tierra? (Sal 113,5-6). El Dios celeste no es un Dios alejado y extraño; se abaja para interesarse realmente por sus criaturas.
Es así como reconocieron con el tiempo los primeros discípulos a Jesús escudriñando cuanto decían las Escrituras transmitidas por sus antepasados. Su Maestro no había venido a abolir la tradición de los padres. Al contrario, ¿no era él precisamente quien la recapitulaba y perfeccionaba culminando todas sus expectativas? Su experiencia, ciertamente paradójica, quedaría bellamente plasmada para siempre en el conocido himno cristológico: siendo de condición divina, asumió la condición humana como uno de tantos para ser finalmente exaltado como Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,6-11). No es otro el eje sobre el que gira toda la vida cristiana, el que la sustenta y le da su plenitud de sentido.
El eco litúrgico de la Navidad
¿Comparto mi vida con los demás siguiendo el ejemplo del “Enmanuel”, el Dios con nosotros?
¿Sigo esforzándome por conocer cada día un poco mejor el misterio del Dios hecho hombre?
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