30 diciembre 2024

AÑO NUEVO, ¿VIDA NUEVA? ALGO MÁS QUE BUENOS DESEOS

 AÑO NUEVO, ¿VIDA NUEVA?

ALGO MÁS QUE BUENOS DESEOS

¡Feliz año nuevo! os deseo de todo corazón. ¡Feliz año nuevo! hemos deseado y nos han deseado. Pero, como queremos a los que hemos felicitado, esta felicitación no puede reducirse a un simple buen deseo, sino que ha de traducirse en un buen compromiso. Es positivo saber que el otro quiere que yo viva un año feliz. Pero con los solos deseos del amigo, de la familia o del compañero no van a llegar la felicidad ni el éxito.

Es oportuno evocar a este respecto el pensamiento de Santiago en ¡o que se refiere a la ayuda al indigente. «Si llama a tu puerta un hombre harapiento, tiritando de frío y con el estómago vacío, tendiendo su mano suplicante, y tú le dices: ‘Se me parte el alma verte así, ¡procura buscarte algo de comer y algo con qué defenderte del frío y un lugar donde cobijarte’, ¿de qué le serviría que le dieras sólo palabras de aliento? ¿No serían, acaso, un sarcasmo?» (St 2,14-16). ¿De qué serviría decir a las personas que están a mi lado: ¡Te deseo un año muy feliz! si, siendo yo la causa de muchos de sus sufrimientos, si pudiendo darles una mano para alentarles o proporcionarles paz, no lo hago? ¿No es esto una especie de befa y de mofa?

El gran regalo que hemos de hacernos unos a otros al comienzo del año no ha de reducirse a desearnos un año próspero y feliz, sino que ha de consistir en comprometernos a hacernos mutuamente felices, siendo fieles y solidarios los unos con los otros a lo largo de los 365 días del periodo que iniciamos. Qué oportuno, prometedor y confortador resultaría que nos preguntáramos mutuamente: «¿Qué es lo que hay en mi vida que os molesta u os resta felicidad? ¿Qué es lo que en mi vida crea tensiones, conflictos, agresividades, que impiden la armonía, la paz y la alegría a mi alrededor? ¿Qué es lo que

hay en mi vida, en mis actitudes, en mis palabras, que te resulta alentador, que te hace más feliz, que proporciona paz y ayuda, para potenciarlo durante el año que iniciamos? ¿Qué podría hacer de positivo que no hago para convertirlo en compromiso? Esto sí que ayudaría a que ese gran saco de semillas que es el año que hemos comenzado se convierta en una gran cosecha…

 

UN SURTIDOR DE PAZ EN TU CORAZÓN

Hoy es un día de mentalización para la paz, para que este don mesiánico nos llene de júbilo durante todo el año. Pero es preciso que esa paz nazca dentro, tenga su surtidor en lo profundo del corazón.

No hace falta que nos lo digan los psicólogos o los sociólogos: Los hombres y las mujeres del primer mundo estamos cargados de mucha agresividad, veces reprimida y sofocada, pero activa y perturbadora. Agresividad nacida de los celos y recelos, de los temores y ansiedades, de la competitividad… Con frecuencia la raíz profunda está en la falta de reconciliación con uno mismo. Alguien expresaba esta desavenencia consigo mismo diciendo: Justo a mí me tocó ser yo. Y cuando alguien está a disgusto consigo mismo o está en contradicción con su conciencia, la emprende a empujones y a guantazos con los demás. Todo esto hace que se acumulen sentimientos de frustración, de desencanto, de agresividad secreta, quizás a nivel inconsciente, olvidando lo mucho positivo que está al alcance. Por eso, el camino de la paz pasa inexorablemente por la reconciliación con uno mismo, con Dios y con los demás.

Dos llamadas autorizadas a la paz que nace del corazón. La primera es de Teresa de Jesús, la mujer de los mil conflictos y, con todo, embargada por dentro de paz. Exhorta: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta: ¡Sólo Dios basta!». Es la paz que prometió Jesús a los que creen de verdad en él: «Mi paz os dejo; mi paz os doy, no como la da el mundo» (Jn 14,27).

La otra invitación es del gran sabio jesuita, Teilhard de Chardin: «Piensa que estás en las manos de Dios, tanto más fuertemente cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres. Vive feliz, te lo suplico. Vive en paz. Que nada sea capaz de quitarte tu paz: ni la fatiga psíquica, ni tus fallos morales. Haz que brote. Y conserva siempre sobre tu rostro una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige».

Sólo quien tiene una fuente de paz así, en lo hondo del corazón, puede promover y regalar paz a los demás. La paz crece vigorosa con la confianza en Dios. Es fruto del amor y de la justicia.

ARTESANOS DE LA PAZ

Es preciso tener en cuenta que «paz» no es una realidad puramente negativa; no se trata de la paz de los cementerios, que no es paz sino muerte. No es hombre de paz el «mosca muerta»; no es hombre de paz el que dice y practica: «cada uno en su casa y Dios en la de todos»; no son hombres de paz los que solamente viven un pacto de no agresión. Eso no es vivir en paz, eso es vivir en solitario. Ésa es, repito, la paz de los cementerios.

Jesús proclama bienaventurados no a los que se encierran en sí mismos, se desentienden porque no quieren líos, sino a los pacificadores, a los que se la juegan porque las personas vivamos como hermanos reconciliados: «Dichosos los que trabajan por la paz» (Mt 5,9).

La paz es un don y, al mismo tiempo, una tarea. Es un don mesiánico que regala el Príncipe de la paz a sus seguidores. Pero es un don que hemos de compartir. Cada cristiano ha de ser un luchador por la paz.

La comunidad cristiana y la «Iglesia doméstica» (la familia cristiana) están llamadas a ser un espacio verde en medio de una sociedad crispada. Con su vida reconciliada, fraterna, pacífica, han de gritar al mundo que la paz es posible, que podemos superar las causas de la división, que las personas podemos convivir como hermanos. Y, si no, venid y lo veréis en nosotros. La comunidad cristiana no sólo ha de estar libre de crispaciones, enfrentamientos y luchas, sino que ha de dar un testimonio positivo de unidad, de armonía, como la comunidad de Jerusalén, que «tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Lo contrario sería un escándalo grave que ahuyenta fatalmente a los que pretenden acercarse a ella precisamente en busca de paz. La comunidad cristiana ha de ser zona de paz, campamento de refugiados, mediadora en los conflictos, pacificadora, siempre en misión de paz, sobre todo con su propia vida.

Anthony de Mello, con una parábola sugerente, expresa la triste forma de convivir de muchos colectivos humanos. Van en el autobús turístico de la vida por unas zonas de indescriptible encanto: lagos, montañas, ríos, valles verdísimos. Pero los turistas tienen las ventanillas del autobús echadas; no se enteran de lo que hay más allá de ellas. Se pasan el viaje discutiendo sobre quién tiene derecho a ocupar el mejor asiento del autobús, a quién hay que aplaudir, quién es el más digno de consideración; se pelean por contar un chiste, cantar una canción y recibir un premio… Y así llegan al final del viaje sin haberse enterado de nada. Así es, tristemente, la vida de muchas personas, familias, comunidades y colectividades. ¡Qué manera de perder la vida y de amargársela a los demás!

Oremos desde lo profundo de nuestro ser como Francisco de Asís: «Haz de nosotros, Señor, durante este año que empezamos, instrumentos de tu paz». Así será para nosotros un año vital y santo de verdad.

Atilano Alaiz

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