15 noviembre 2024

Pautas para la homilía del domingo 17 de noviembre

 

La pesadilla del fin de la humanidad 

Cada cierto tiempo suelen surgir voces fundamentalistas pregonando catástrofes de lo más fantasiosas como señal de la proximidad del fin del mundo. Voces que activan con atractivo implacable el morbo todavía presente en amplios sectores de la sociedad. Acostumbran a escarbar en ciertas inquietudes religiosas, ancladas en lo más profundo del ser humano, sobre el cuándo y cómo del final de la historia humana. Inquietudes que suelen irrumpir sobre todo en momentos de graves crisis sociales, cuando se masca cierta tensión colectiva, cuando el virus de la excitación apocalíptica corre el riesgo de extenderse como una pandemia.

El escenario cósmico, espejo de un mundo interior

La Biblia no entiende de ciencias naturales ni históricas, no alecciona sobre el movimiento de los astros ni ayuda a leer el horóscopo del destino humano. Ahora bien, el lenguaje bíblico, como en el evangelio de hoy, se reviste de metáforas, de símbolos y de signos para introducirnos en el santuario íntimo de nuestras relaciones personales con el Dios de la alianza. Cuando el hombre sufre  las pruebas y tribulaciones de la vida tiene la sensación de que el cielo se le cae encima: que “el sol se oscurece, que la luna se oculta y que las estrellas se desploman”. No sólo el hombre, también el creyente ha de transitar en más de una ocasión por trances  oscuros en los que el Reino de Dios sufre violencia y dolores de parto.

Un mensaje cargado de esperanza

Mientras el hombre sea hombre seguirá preguntándose sobre su futuro. Pero ¿por qué ha de hacerlo bajo el temor y el miedo a signos catastróficos? No es ése ciertamente el horizonte motivador y esperanzado de Jesús, el horizonte del Dios de la vida. El evangelio nos remite a una lectura confiada de ese combate, personificado en las fuerzas del bien y del mal, que tiene lugar en el seno de todo discípulo de Jesús. Combate en el que el Hijo del hombre ya ha triunfado y que desciende ahora de entre las nubes para tomar posesión de su Reino. Reino al que convoca por medio de sus ángeles a todos los hijos dispersos para compartir plenamente el decisivo comienzo de la nueva humanidad.

Sin duda una llamada a la esperanza para tiempos difíciles, sembrados de pruebas a superar, pero confiados siempre en el Dios de la promesa: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Una esperanza para el aquí y ahora de la presente generación como la que ya germina en los brotes tiernos de la higuera.

Fray Juan Huarte Osácar

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