Reflexiones sobre el Evangelio de Marcos 12, 28b-34 (31er Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo B – 31 de octubre de 2021)
Una luz aparece al final del túnel… Aunque aún no es el tiempo de cantar victoria y no podemos relajar los protocolos contra la COVID-19, porque el virus que cambió la fisonomía del mundo entero sigue entre nosotros, en el campo epidemiológico aparecen algunos brotes verdes gracias al plan de vacunación y a las estrategias de cuidado sanitario que han permitido que la incidencia de casos por 100.000 habitantes baje sustancialmente. Sin embargo, la mejoría en los datos clínicos no se corresponde con los de la recuperación social. La pandemia ha dejado en evidencia que en la normalidad pre-pandemia había unas hondas fracturas en el tejido social que dejaban fuera del sistema de bienestar a cientos de personas, familias y hasta pueblos enteros.
Con la luz al final del túnel como escenario surge el desafío de diseñar y construir entre todos una nueva normalidad y un nuevo contrato social incluyente: El mundo no puede volver a un sistema económico que endiosa al dinero y al mercado y que pasa de largo ante las necesidades sangrantes de la humanidad. El mundo no se puede permitir la implantación de un sistema de salud que margina a los más débiles de la comunidad, urge por ejemplo la liberación de las patentes de las vacunas. El mundo necesita una clase política que esté en sintonía con los afanes y las tribulaciones de los pueblos y se preocupe menos por los réditos electorales que los mantienen en el poder. El mundo requiere que la Iglesia deje de lado sus desacuerdos internos y vuelva a su vocación primigenia de ser testigo, profeta y servidora del reino.En este escenario, de luces y desafíos, los cristianos tenemos mucho que aportar. Podemos aportar una mirada de esperanza al constatar la solidaridad que se está despertando en no pocos movimientos de inspiración cristiana. Podemos aportar una mirada compasiva y comprometida para visibilizar a aquellos que están pagando las más duras consecuencias de esta crisis de humanidad: los últimos. Podemos ofrecer criterios de justicia y transparencia para recobrar la confianza y la verdad tan heridas en estos momentos. Podemos ofrecer la mirada del amor del que nos habla el Evangelio que reflexionamos. Estoy seguro de que estas aportaciones no llegarán jamás al Parlamento Europeo, al Banco Central Europeo, al Congreso de los Diputados de España o de tantos países donde los discípulos del Maestro peregrinamos porque nuestras voces son irrelevantes para ellos. Pero, aunque pasemos inadvertidos ante los círculos del poder, no podemos dejar que se silencie la fuerza transformadora del Evangelio. Pongamos el altavoz al planteamiento de Jesús.
Jesús nos plantea tres amores…
El amor a Dios que es fuente de inspiración y de vida en abundancia. Este amor es capaz de sacarnos de nuestro propio amor, querer e interés (como dice san Ignacio) y abrirnos a un horizonte más amplio de realización que incluye a los otros, a la creación y, por supuesto, al Creador. Se inspira en la gratitud por un lado y en la constatación de nuestra limitación que nos hace sentir que existimos por ese amor generoso de Dios.
El segundo amor, al prójimo, es el amor de respuesta. Le decimos a Dios que le amamos amando a quienes Él ama. No podemos decir que amamos a Dios, a quien no vemos, si no amamos a los hermanos que vemos. Es el amor que se compromete con la humanidad tendiendo puentes de vida, de reconciliación, de justicia, etc. Cuando somos capaces de dar el salto que nos permite ver al otro como hermano, como destinatario de nuestro amor y nuestra preocupación es que estamos entendiendo el proyecto de Jesús que tiene como mandamiento fundamental el amor. El amor es creador de vida y fuente de unidad entre los pueblos; es acogida y servicio; es respeto y reconocimiento a lo diverso; es ternura y libertad; es solidaridad y compromiso… Imaginaros como serían de distintas las discusiones de nuestros líderes mundiales si al tomar las diferentes resoluciones económicas, políticas, sanitarias o militares pensaran que éstas afectan a las personas que aman. Sin duda más de una resolución de las que se han tomado para resolver los problemas que nos aquejan no se habría hecho.
El tercer amor es a mí mismo. Es el amor de autoestima, por un lado, pero también el que nos indica cómo he de amar a los demás: como yo quiero que me amen a mí. Si cada uno se siente amado cuando es tratado con justicia, cuando se le dice la verdad, cuando se le respetan sus opiniones y no se le coarta la libertad, etc. Tomar conciencia de que los demás sienten igual que yo y actuar en coherencia es la regla de oro del Evangelio.
Amor para tiempos de crisis. Puede sonar a locura, pero “solo el amor convierte en milagro el barro”.
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