Los textos bíblicos de este domingo nos plantean situaciones que podemos comprender, que podemos conocer porque se siguen dando entre nosotros: el rechazo de los que no piensan, sienten, creen, obran como nosotros; el contraste de obrar desde la envidia o desde la sabiduría, la misericordia; los oídos cerrados cuando no se quiere escuchar lo que es contrario o no coincide con los propios intereses.
Y la Palabra, nos enseña a vivir. Enseñar a vivir, invitar a abrirnos a nuestra realidad, interna y externa, tomar conciencia, y dar respuesta a las necesidades de todos, no solo a mis necesidades. Dar respuesta en un contexto y con un espíritu comunitario.
La Palabra conduce a la reflexión, meditación, la escucha de su significado, su sentido, su espíritu, el de la Palabra, para la vida de cada cual, no tanto para la vida de los demás. Cada cual revise su comportamiento, sus responsabilidades, sus compromisos, su vida, y no haga comparaciones, éstas son siempre ociosas y odiosas.
La comparación aporta datos que no son verdad. En la comparación anida el germen de la envidia. Cada cual es cada cual, y cada cual tiene sus necesidades, deseos, expectativas, lo que llamamos motivaciones, en contextos diferentes… la comparación no es justa.
Erigirse en juez de los demás, maestro de los demás, es creerse en posesión de la verdad y arrogarse un poder que no se tiene; es actuar desde la fuerza, la rivalidad.
Somos vulnerables, aceptemos que somos débiles, no somos perfectos, estamos en camino siempre, progresamos, avanzamos, crecemos, y necesitamos de los demás, necesitamos de Dios, pidámosle no satisfacer nuestras pasiones (Sant 4,3), sino sabernos amados, acogidos, de tal forma que, desde la misma experiencia, amemos y acojamos.
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