1.- Le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y dijo: “Effeta”, esto es “ábrete”. Y, al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Las tres lecturas de este domingo –profeta Isaías, apóstol Santiago, evangelio según san Marcos– hablan de un Dios que manifiesta una indudable preferencia por las personas más necesitadas: ciegos, cojos, enfermos, pobres, personas marginadas por su condición física, social o religiosa. A todas estas personas Dios quiere salvarlas de sus desvalimientos. No habla aquí de una salvación eterna, después de esta vida temporal, no, se trata de salvarlas, socorrerlas, aquí en nuestra tierra y en la sociedad en la que viven. Socorrer y curar a los cojos, ciegos, mudos, pobres, marginados, en la sociedad en la que viven. Pues bien, esto es lo que tenemos que hacer nosotros en nuestra sociedad, en la medida de nuestras posibilidades.
Es evidente que no podremos salvar la vida de todos los enfermos, ni acabar con todos los pobres y marginados del mundo en el que nosotros vivimos. Pero todos nosotros tenemos alguna posibilidad de ayudar para que el orden y la situación de nuestro mundo sea un poco más justo y menos desigual. Ayuda social, o ayuda económica, o religiosa, Con nuestro dinero, con nuestra oración, con nuestra ayuda personal, cuando esto sea posible. No pensemos, en primer lugar, en un mundo lejano al nuestro, al que nosotros no podemos llegar; pensemos en un mundo, en una sociedad a la que, de alguna manera, nosotros tenemos acceso. Pensemos, sí, en primer lugar, en nuestra propia familia, en nuestros amigos y conocidos, en el pueblo, ciudad y nación donde vivimos. Y en los pobres y marginados de otros lugares a los que nosotros, de alguna manera tenemos posibilidad de llegar con nuestro dinero, con nuestra oración, con nuestra presencia y acción personal concreta. Pensemos siempre con cierta preferencia y amor en las personas que más nos necesitan, estén donde estén y a las que nosotros de alguna manera podamos llegar. Esto hizo Jesús de Nazaret mientras vivió aquí en la tierra.2.- Decid a los cobardes de corazón: “sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará”. En este texto, el profeta Isaías habla a personas –cobardes de corazón– que viven sin esperanza en los poderosos de la tierra y sin esperanza en un Dios que venga a salvarlos. Y el profeta, en nombre de Dios, les dice que tengan esperanza y confíen en Dios, porque Dios sí va a venir en persona a salvarlos: despegará los ojos del ciego, abrirá los oídos de los sordos, hará que los cojos salten como ciervos y la lengua de los mudos cantará. Se refiere directamente al pueblo de Israel que sacudirá el yugo de la esclavitud y hará de Israel un pueblo libre y poderoso. Nosotros, los cristianos, siempre hemos aplicado este texto al Mesías verdadero, al Dios encarnado en Cristo. El Dios encarnado en Cristo nos salvará de nuestras miserias y desvalimientos. No siempre nos va a salvar de nuestras miserias y desvalimientos corporales, pero siempre la fe en Cristo, Cristo Jesús mismo, nos va a dar ánimo espiritual para vencer espiritualmente nuestras miserias y problemas, tanto físicos como espirituales. Seamos nosotros, además, personas que, en nombre y con el poder de Cristo, ayudemos a las personas enfermas y necesitadas a ser espiritualmente fuertes, que confíen en la salvación de un Dios que quiere salvarnos a todos.
3.- No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo con el favoritismo. Se ve que en tiempos del apóstol Santiago ya existía el vicio del favoritismo, el vicio del nepotismo, del que, a lo largo de los siglos, tanto practicó la Iglesia católica, después del tiempo del emperador Constantino. Hoy, afortunadamente, nuestra Iglesia, en concreto nuestro Papa Francisco, está recuperando el amor y la preferencia por los más pobres y desvalidos. Tratemos nosotros, los católicos de a pie, de imitar a nuestro Pontífice. Y por este renacer de nuestra Iglesia, en su amor a las personas más necesitadas, digamos con el salmo responsorial: “Alaba, alma mía al Señor… que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos”.
Gabriel González del Estal
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