1- Su mensaje es una Buena Noticia. El texto de Isaías de la primera lectura es el mismo que leyó Jesús allá en la sinagoga de su pueblo. Todos los judíos conocían este texto que anunciaba la liberación de Israel. Estaban ya cansados de tanta opresión. Se anuncia la vuelta de los desterrados con imágenes muy palpables: "se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará". Es la victoria sobre todo los impedimentos físicos y el resurgir de la naturaleza: "han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque; lo reseco un manantial". Pero hay una frase que omitirá Jesús. El no anunciará "el desquite" de Dios, pues Jesús, en cambio, anunciará "el año de gracia". He aquí la diferencia: en las palabras de Jesús no hay anuncio de venganza, sino de reconciliación y salvación para todos. Por eso su mensaje es una Buena Noticia. Pero necesita que nosotros colaboremos para que esta Buena Noticia sea una realidad, abriendo nuestros ojos, nuestros oídos y nuestra boca
2.- Los “excluidos” son los preferidos de Dios. Jesús hace realidad las palabras del salmo 145: "El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos. El Señor sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados". Esta es la Gran Noticia: Dios está a favor de los débiles, de los pobres y necesitados. En aquella época los pobres eran los huérfanos y las viudas, que no tenían ninguna pensión para mantenerse. ¿Quiénes son hoy día los pobres y oprimidos?... Pensemos en los inmigrantes que llegan a nuestras costas y después son devueltos a su país o repartidos por diversos lugares. Pensemos en los ancianos que viven solos. Pensemos en las mujeres y los hombres víctimas de la "violencia de género". Pensemos en los enfermos del sida y en los que mueren en la guerra. Pensemos en los niños de familias desestructuradas que tienen de todo menos lo que necesitan de verdad. ¡Hay tantos pobres y oprimidos a nuestro alrededor! Son los que el Papa Francisco llama “excluidos de nuestro mundo”. Sin embargo, Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman.
3.- Abrirse a Dios y a los hermanos. No sabemos si el sordo que apenas podía hablar era judío o pagano. Probablemente era pagano. Jesús no rehúsa hacer un milagro también en tierra de paganos, pues el anuncio de su salvación es universal, sin distinciones. Se presenta a Jesús como una especie de taumaturgo o mago que realiza curaciones. Pero Jesús no es eso: mira al cielo antes de ayudar a aquel pobre hombre. Realiza la curación en nombre de Dios y movido por el poder de la oración. Le dice con fuerza: ¡Ábrete! Le pide que se abra a la fe. También nosotros necesitamos abrir nuestros ojos y nuestro corazón a Dios y a los hermanos. Ábrete a los que necesitan tu amistad, ábrete al que necesita tu cariño, ábrete al que necesita que alguien le escuche, ábrete a ese hermano que te resulta tan pesado, ábrete al enfermo que espera tu visita en el hospital, ábrete a aquél que no te saluda, ábrete a aquél que está llorando con lágrimas de desaliento y soledad. También te dice: escucha los gemidos del triste, escucha los lamentos de aquél que la vida trata injustamente, escucha a aquél que ya no puede ni hablar, pero te está diciendo todo con sus gestos. No seas mudo ni sordo, deja que el Señor abra tu boca y tus oídos. Unos discípulos “sordos” a su mensaje, estarán “mudos” al anunciar el evangelio. Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, ni captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero, entonces, no sabremos anunciar ninguna noticia buena. Deformaremos el mensaje de Jesús. A muchos se les hará difícil entender nuestro “evangelio”. Es urgente que todos escuchemos a Jesús: “Ábrete”. ¡Danos, señor, oídos atentos y lenguas desatadas!
José María Martín, OSA
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