La historia del profeta Elías puede iluminar hoy nuestra situación. La principal tentación que tenemos los cristianos en la sociedad de bienestar no es el ateísmo sino la idolatría: arrodillándonos ante el tener, poder y gozar a costa de quien sea y de lo que sea. Incluso manteniendo apariencias religiosas o algunas prácticas rituales.
La segunda lectura, de la Carta a los cristianos de Éfeso, sugiere una convivencia, en el amor, sin crispaciones, revanchas, mentiras. Re-creando la conducta de Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien, curando heridas, combatiendo las fuerzas malignas que tiran a las personas por los suelos y derribando muros de separación.
Estamos viendo cómo en la lógica del mercado las personas son valoradas no por su dignidad inviolable sino por lo que económicamente rentan. La idolatría del dinero y del poder provoca injusticias sociales, guerras, atropellos intolerables contra las víctimas inocentes que mueren abandonadas de todos. Mientras, el papa Francisco pide que cesen las guerras, que tengamos como horizonte y objetivo la fraternidad sin discriminaciones.
El evangelio de San Juan es el más tardío de los cuatro evangelios que se leen en la misa. Ya en su prólogo trae la confesión cristiana: Jesucristo es Palabra, Presencia de Dios mismo “en la condición humana”. Escribe partiendo de la revelación de Dios en la historia bíblica. Según el libro del Éxodo, Moisés pide a Dios que diga cual su realidad o su nombre. Y Dios contesta: “Soy el que soy”. Y el evangelista Juan aplica a Jesús ese nombre o realidad divina en muchos pasajes. En esa visión hay que interpretar la revelación “Yo soy el pan de vida”.
El discurso comienza con la exigencia ineludible de la fe en Jesús en cuanto es el pan divino bajado del cielo (Jn 6,29). El evangelista parte del AT: “vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; el que coma de este pan vivirá para siempre”.
La incredulidad de los oyentes se apoya en la condición humana de Jesús; conocen a sus padres y parientes; trabaja, come y participa en la oración del sábado como los demás judíos; no se considera superior a nadie y es amigo de los más pobres y religiosamente pecadores. No puede ser el pan de vida bajado del cielo.
La novedad singular de la fe o experiencia cristina es la encarnación: Presencia de Dios amor que se da en la condición humana. En su conducta y en sus palabras Jesús es el pan de vida. La respuesta a las necesidades y esperanzas de la persona y de la sociedad humanas. La clave inspiradora para la renovación o conversión de la Iglesia. La luz y camino para el perfeccionamiento de la humanidad con todas las realidades entre las que vive.
Pero esa fe no se reduce a creencias en verdades formuladas. Es una experiencia similar al amor: entrega libre y total a la revelación de Dios. Tiene su iniciativa en la auto-comunicación de Dios amor que se da “nadie viene a mi si el Padre no le atrae”; nuevo nacimiento del Espíritu en nuestra intimidad siempre dentro del mundo. Pero al mismo tiempo es quehacer humano; salida voluntaria de nuestro egocentrismo; abriéndonos libre y totalmente a esa comunicación. Es el encuentro que llamamos gracia.
La celebración eucarística es el símbolo y el momento cumbre de la fe, comida y encuentro con Jesucristo, “pan de vida”. que debe tener lugar en la existencia cotidiana del bautizado.
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