De la sabiduría a la Eucaristía
Iª Lectura: 1Reyes (19,4-8): La fuerza de Dios en el corazón del profeta
I.1. La primera lectura nos narra una de las escenas más maravillosas y excepcionales del profeta Elías, el prototipo del profetismo del Antiguo Testamento, quien en tiempo de Ajaz y la reina fenicia Jezabel, su esposa (en el reino del norte, Israel), luchó a muerte por el yahvismo (la religión judía) que la reina quería “sincretizar” con sus creencias paganas. El profeta Elías, un defensor a ultranza del monoteísmo (sólo existe un Dios, Yahvé, y ninguno más) y de sus exigencias éticas, se enfrenta con la reina y sus lacayos. Sabemos que, en el fondo, es una guerra de religión, un enfrentamiento de culturas, donde el profeta Elías había derrotado a espada a los profetas de Baal (dios cananeo-fenicio) y eso le hace huir hacia el Horeb, que es el monte Sinaí en una tradición bíblica.
I.2. Elías va al encuentro de las verdaderas raíces del yahvismo, como podemos encontrar en Ex 19. El ángel de Dios le anima, le pone un pan y agua para que prosiga en esta huida, como Moisés, hacia el monte de Dios (en el Horeb), para beber en la verdadera fuente del yahvismo. Hay mucho de simbólico en esta narración, como se ha reconocido en la interpretación de los expertos. No todo lo que hay en la historia de Elías y su lucha por el yahvismo es hoy aceptable desde el punto de vista teológico, aunque defender los principios de una religión que se fundamenta en la justicia, como hace Elías en otras ocasiones, sí es ejemplo de radicalidad. Dios viene en ayuda del profeta, porque la lucha es “a muerte”. Defender una causa justa en nombre de Dios, no es apologética o fundamentalismo, o no debe serlo al menos, sino que es humanizar la religión.
IIª Lectura: Efesios (4,30-5,2): Dios, inspirador de nuestra vida
II.1. La segunda lectura prosigue con la exhortación a la vida nueva que lleva consigo el sello del Espíritu que deben poseer los cristianos. Lo que el autor pide, como consecuencia de esta identidad cristiana en el Espíritu, es determinante para conocer lo que hay que hacer como cristianos; es lo que se llama la praxis: evitar la agresividad, el rencor, la ira, la indignación, las injurias, y toda esa serie de maldades o miserias.
II.2. La alternativa es ser imitadores de Dios, es decir, bondadosos, compasivos y perdonadores. No es un imposible lo que se propone en el sentido de que Él sea nuestra vara de medir, sino tener los mismos sentimientos que Dios, como Padre, tiene con todos nosotros; así los debemos tener los unos con los otros. Nos recuerda algunos aspectos del Cristo joánico: como el Padre me ha amado, así os amo yo.
Evangelio: Juan (6,41-51): “Yo soy” el pan de vida
III.1. El contraste entre la Ley del AT y la persona de Jesús es una constante en el evangelio de Juan. Frente a la Ley y su mundo, y especialmente frente a la interpretación y manipulación que hacían los judíos, el evangelio propone a Jesús como verdadera “verdad” de la vida. Por eso mismo, los autores de San Juan se inspiran en la Sabiduría divina a la hora de interpretar el AT y de lo que Jesús ha venido hacer como Palabra encarnada. En el AT se hablaba de la Sabiduría divina que habría de venir a este mundo (cf Pro 1,20ss; 8; 9,1ss; Eclo 24,3ss.22ss; Sab 7,22-8,8; 9,10.17) como Palabra para iluminar en enseñar la forma de llevar a cabo el proyecto salvífico de Dios. Por eso mismo, en este discurso de Jn 6 se tienen muy en cuenta estas tradiciones sapienciales como de más alto valor que el mismo cumplimiento de los preceptos de la Ley. Y en Jn 6 se está pensando que Jesús, la Palabra encarnada, es la realización de ese proyecto sapiencial de Dios.
III.2. El evangelio de hoy nos introduce en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico, Juan está discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista les propone las diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también prácticas. Su cristología pone de manifiesto quién fue Jesús: un hombre de Galilea, de Nazaret, hijo de José según se creía ¿cómo puede venir del cielo? Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las protestas de los oyentes le da ocasión al Jesús joánico, no de responder directamente a las objeciones, sino de profundizar más en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la eucaristía). Pero ahí aparece una de las fórmulas teológicas joánicas de más densidad: yo soy el pan de vida. Y así, el discurso sapiencial se hace discurso eucarístico.
III.3. La presencia personal de Jesús en la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida que Jesús tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte. Y aunque se use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la «carne» representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por nosotros. Y es en esa historia donde Dios se ha mostrado al hombre y les ha entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida. Harían falta muchas más páginas para poder exponer todo lo que el texto del evangelio de hoy proclama como “discurso de revelación”. El pan de vida, hace vivir. Esta es la consecuencia lógica. Casi todos los autores reconocen que estamos ya ante la parte eucarística de Jn 6.
III.4. Aparece aquí, además, uno de los puntos más discutidos de la teología joánica: la escatología, que es presentista y futura a la vez. La vida ya se da, ya se ha adelantado para los que escuchan y “comen” la “carne” (participación eucarística”). Pero se dice, a la vez, que será “en el último día”. Esto ha traído de cabeza a muchos a la hora de definir qué criterios escatológicos se usan. Pero podemos, simplificando, proponiendo una cosa que es muy importante. La vida que se nos da en la eucaristía como participación en la vida, muerte y resurrección de Jesús no es un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero. Nosotros no podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias de nuestra vida histórica. La eucaristía, como presencia de la vida nueva que Jesús tiene como resucitado, es un adelanto sacramental en la vida eterna. Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos que esta muerte es el paso a la vida eterna. Y en la eucaristía se puede “gustar” este misterio.
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