Yo soy el pan de vida
Cristo, pan de vida que sacia nuestros anhelos más profundos
En el Evangelio de los últimos domingos observamos a Jesús saliendo al encuentro de la multitud. En la narración de hoy la perspectiva cambia: es la multitud, saciada por él, la que sale en su busca. Si proyectamos esa escena en el tiempo, podemos imaginar en medio de aquella multitud a todos los que buscan a Dios en nuestros días. Son muchos, aunque a veces no sepamos reconocerlos dado que utilizan un lenguaje y unas actitudes no fáciles de interpretar según las pautas habituales. Sin embargo, comparten con la multitud que busca a Jesús la misma sed de Dios, aún cuando ni ellos mismos lo perciban.
Impresiona la relación que se establecia entre Jesús y la multitud: la fascinación, la mútua búsqueda. Pero a Jesús eso no le basta, quiere que esas gentes le conozcan para que un encuentro más profundo con él produzca cambios relevantes en sus vidas. Y les reta a cambiar de perspectiva, a superar el estrecho horizonte en el que viven para descubrir otras necesidades más profundas que laten en el corazón. Y ¿cómo no? también para saber más sobre su persona, interrogándose sobre los acontecimientos que están viviendo, no dando todo por descontado.
La multitud escucha el reto, pero no comprende bien el sentido de las palabras de Jesús: «¿qué hemos de hacer para llevar a cabo las obras de Dios?», le preguntan. Ellos entendían que se trataba de aumentar las obras piadosas que debían hacer para salvarse, según la orientación de los maestros de la ley mosaica: oraciones, ayunos, ritos….Jesús, en cambio, les sorprende diciendo que la obra de Dios no consiste en hacer más cosas, como a veces pensamos también nosotros. Jesús exige una sola cosa: creer en él, acogerlo como el enviado del Padre.
La fe en Cristo es el alimento que llena la vida de sentido y de sabor. Si entablamos una relación de amor y confianza con Cristo también podremos hacer «buenas obras» que huelan a Evangelio, para gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos. La fe es gracia y don de Dios, pero también tarea y respuesta del creyente que tiene que reflejarse en su estilo de vida.
“Señor, danos siempre de este pan”, suplican los oyentes, igual que hizo la Samaritana pidiendo el agua viva. Entonces Jesús se ve precisado a revelar abiertamente: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá nunca sed». Dios sigue dando a su nuevo pueblo, la Iglesia, y a todos los hombres, ese pan que sacia y que no es otro que Cristo Jesús, su propio Hijo.
Criterios nuevos para una vida renovada
Alimetándonos con ese pan de vida podremos emprender confiados la renovación de mente y espíritu, acogiendo la presencia y la inspiración del Espíritu para vivir de acuerdo con nuestra verdadera condición de hijos de Dios. De este modo aprenderemos a liberarnos de lo que nos aleja del humanismo pensado y querido por el Señor. Volveremos a recuperar un corazón y una mente abiertos y sensibles a las llamadas del bien, de la verdad, de la belleza.
La alternativa probable a esta propuesta de Jesús será una vida consumida por una avidez insaciable, por la codicia de la posesión de cosas y personas con lo que se pretende colmar el vacío. La vida del creyente en Cristo, en cambio, consiste en aprender de él y, aún en nuestra pobreza y fragilidad, adoptar un estilo de vida conforme con el proyecto de Dios y con su voluntad. Esta novedad, nos asegura San Pablo, no procede de nosotros, sino que es don de Dios (Ef 2,8).
¿Qué es lo que buscamos y lo que centra nuestra vida y trabajo? Aparentemente hay poca diferencia práctica entre bastantes cristianos y otros que no se dicen creyentes. Dada nuestra hambre existencial, no podemos prescindir del alimento que perdura para la vida eterna. El pan de vida que nos abre a su amor y al de los hermanos. Necesitamos creer en Jesús, orar y hablar con Dios, para vivir y transmitir esperanza, vida y dignidad humana. Solo el pan material, el tener y el consumir, nos dejarán interiormente vacíos.
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