El rechazo a los profetas
Un profeta es un personaje molesto que no se doblega ante nadie. No tiene precio y su palabra penetra como cuña en las partes más sensibles de nuestro actuar. Pone en crisis, desestabiliza, nos deja en el aire, nos despierta, siembra la duda contra nuestras seguridades. Critica el orden establecido, señala los puntos débiles, marca caminos nuevos, exige cambios radicales que contrapone a la situación actual. Pronto se empieza a analizar su persona, su origen… y se busca cómo quitarle credibilidad a su palabra.
Muchos profetas del pasado son conocidos, hablan de ellos la Biblia o la historia del cristianismo, particularmente la de los mártires reconocidos como tales por la Iglesia. Otros muchos –la mayoría– también fueron profetas, mártires, y no los conocemos. Unos y otros compartieron de alguna manera el destino de Jesús.
La vocación profética no la reciben solo unos pocos escogidos. En el bautismo todos los cristianos somos ungidos para unirnos a Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. A todos los bautizados Dios dirige las palabras: «Hijo de Adán, yo te envío…». A todos se nos advierte: «son un pueblo rebelde… sus padres y ellos me han ofendido… también los hijos son testarudos… a ellos te envío para que les digas: “Esto dice el Señor”».
El precio de la verdadera profecía es el desprecio, el rechazo. Su valor no se lo da si es o no escuchada. No es un asunto de índices de audiencia o de número de seguidores. Rebeldía, obstinación… «te hagan caso o no te hagan caso sabrán que hubo un profeta en medio de ellos». En eso está el valor de la profecía.
En el caso de Jesús en su propia tierra, lo más triste es que quienes lo rechazaron lograron su objetivo: no pudo hacer allí ningún milagro. ¿No es terrible pensar que nuestros comportamientos humanos tienen el poder de impedir los milagros?
La fe como fortaleza en la debilidad
Jesús se extrañó de la falta de fe de quienes le conocían bien. Quizá esperaban otra cosa de él y lo que tenían ante sus ojos les decepcionó. Podían reconocer su acción benéfica, pero les faltaba fe para leer en esa acción su significado salvador.
Sin fe no es posible la acción salvífica. La fe es anterior a los milagros; no al contrario. La divinidad de Jesús no la prueban unos milagros superiores a las fuerzas de la naturaleza. Si hubiera posibilidad de pruebas, no habría verdadera fe. En el anuncio del Evangelio cuenta ante todo la fidelidad del enviado a la misión que le han encomendado.
En el profeta Ezequiel, en Pablo y en Jesús es la debilidad del enviado la que revela la fuerza del Espíritu presente en él. La debilidad crea un espacio de libertad para que quien escucha pueda aceptar o no lo que oye.
Si Dios se revelara solo a través de acciones grandiosas, sería muy fácil creer en Él. Pero no es así. Tenemos el trabajo de analizar cuándo y a través de quién se revela su Palabra y cuáles son las acciones de su salvación. Y tenemos también el desconcierto de que cuando parecemos más débiles es cuando somos fuertes.
Profetas en las situaciones prácticas de la vida
En tiempos de posverdad, de ‘cambio de opinión’, en que a todo se le da un valor relativo, se hace más necesaria aún una conciencia, una referencia moral, un recordatorio de lo que está bien y de lo que está mal. Ofrecerlo es parte de la responsabilidad de un cristiano. Mientras haya alguien todavía que diga y que practique la verdad, habrá para el mundo una esperanza de conversión y de cambio. Un verdadero profeta es quien sabe descubrir la voluntad de Dios en las situaciones prácticas de la vida.
No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida. No se presenta con formas espectaculares. Aparece como Jesús entre su pueblo, como alguien a quien conocemos, aunque no lo re-conocemos. Y tampoco es fácil reconocer a los profetas que hay entre nosotros, no destacan en las redes sociales como ‘influencer’.
¿Dónde están hoy los profetas que nos den las esperanzas y las fuerzas para enfrentar cada día… los que reaviven nuestra ilusión… los que sean portadores de buenas noticias para quienes no sienten el calor del amor de Dios?
¿No estaremos dejando a Jesús pasar de largo? ¿O impidiendo que pueda hacer entre nosotros algún milagro?
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