18 julio 2024

Domingo XVII de Tiempo Ordinario

 (Jn 6, 1-15)

Este texto sobre la multiplicación de los panes nos muestra la verdadera voluntad de Dios: que no falte el pan para todos.

Los apóstoles ofrecieron a Jesús los panes de un niño, y esa fue la base del prodigio. Así se nos enseña que cuando nos dejamos usar por la fuerza del amor y le ofrecemos lo poco que tenemos, hay pan para todos, y sobra. Pero cuando algunos se dejan llevar por el egoísmo, el pan se acumula en pocas manos y no hay pan para todos.

Porque Dios actúa en nuestra historia a través de instrumentos humanos, y cuando esos instrumentos se resisten a cumplir su función y se encierran en la ambición y la comodidad, no se cumple la voluntad de Dios en nuestra tierra.

Hasta ese punto se ha sometido Dios a nuestra libertad muchas veces mezquina, hasta el punto de aparecer impotente y débil frente a nuestros males. Tenemos que reconocer que los problemas económicos, sobre todo cuando hay marcadas diferencias sociales, son en realidad problemas de amor, son el reflejo de una gran incapacidad de amar y de compartir.

Pero cuando el pan se comparte y se reparte, se convierte en una forma de encuentro que es un anticipo del cielo, y hay pan para todos.

Además, estos panes son un símbolo de la Eucaristía, del pan espiritual del cual va a hablar Jesús más adelante. Y la Eucaristía siempre es pan para todos; nadie se ve privado de ella por falta de dinero; es pan sobreabundante tanto para ricos como para pobres, es pan que no hace distinción de personas.

La relación entre el pan que se comparte y el pan de la Eucaristía aparece con mucha claridad en 1 Cor 11, 20-22.

Oración:

«Señor, que eres generoso, que regalas tus dones en abundancia, toca los corazones humanos para que el egoísmo no deje a muchos de tus pobres sin el pan que necesitan para vivir Transforma este mundo de ambición e indiferencia, de manera que haya pan para todos».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

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