21 julio 2024

Domingo XVI de Tiempo Ordinario del Ciclo B

 Hoy es 21 de julio, domingo de la XVI semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es un día para volver. Volver hacia Jesús, contarle y escucharle. Me sitúo junto a él. Inspiro su presencia y me entrego. En sus manos abandono todo lo que me agita y me altera. Me expongo a su palabra, que quiere hacer todo nuevo en mí. Maestro bueno, dejo en tus manos todo lo despistado, lo desorientado de mi camino. Tú estás dispuesta a enseñarme con calma. Tienes tiempo para mí.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 6, 30-34):

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»

Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Esta escena, en pleno aire libre, me invita a ir más adentro. Y ahí, sentir una tensión. El tira y afloja entre los que buscan un sitio y son buscados por una multitud. Entre los que buscan un pastor y son encontrados por el corazón compasivo de Jesús.

Cuánto movimiento en este pequeño texto, ir, venir, marchar, comer, adelantarse, y en medio de todo se destaca una palabra y un gesto de Jesús. Vete a un sitio tranquilo a descansar. Deseo enseñarte con calma. Si me atrevo a aceptar, siento que en él todo encuentra su modo y orden. Su sentido.

Al dejar que Jesús me abrace son cu mirada y me enseñe con su palabra, pueden aflorar en mí mil preguntas. ¿A dónde voy yo con tanta prisa? ¿Qué lugar ocupa en mi jornada la oración y el silencio de calidad? ¿Quién encuentra en mí la calma que escucha y ayuda? Espero y dejo que se abra paso en mí la respuesta.

Se me ofrece de nuevo el eco de esta palabra de vida. Ahora quiero acogerla desde la multitud de los que andan como ovejas sin pastor. Junto a ellos, como uno más, se me invita a sentir la compasión de Jesús por mí y a escuchar, descansadamente, el mensaje personal que hoy quiere enseñarme. Habla Señor, que yo te escucho.

Las cosas elementales 

Gracias, Señor,
por las cosas elementales:
el rayo del sol
que no pregunta;
la sombra de caoba con los brazos extendidos;
la tarde que murió ayer detrás de la montaña
sin oficio de difuntos;
el agua que trabaja su pureza en lo hondo de la sierra;
el aire que limpia mis pulmones mientras duermo;
la tierra viva
generando en las raíces
los frutos y colores…
La mirada transparente como una puerta de cristal;
la mano que disuelve el hastío al estrecharse;
el cántico común
que abre la existencia al nosotros infinito…
la herencia de los siglos,
en el suero que me salva gota a gota,
en el hilo de cobre que trae luz a mi noche,
en el ojo insomne del radar en el espacio,
en la página del libro que sana mi ignorancia
y en los circuitos electrónicos
que me unen al instante
con todo el universo.
 
Benjamín González Buelta

En este momento final, cuento al Señor lo que he visto. Lo que ha movido mi corazón en este encuentro con su palabra. Los deseos que se han abierto camino y me dispongo a comenzar una semana nueva con la paz de su presencia y la urgencia de ser su testigo.

Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez este anhelo: haz que siempre vuelva a ti…, haz que siempre vuelva a ti…

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