Que hable solo el amor
A menudo nos encontramos con personas que han vivido su fe muy implicados en su parroquia, o en un Movimiento apostólico, con un compromiso serio… y que sufren porque sus hijos y nietos, en bastantes casos se han apartado completamente de la Iglesia. Es una situación que provoca mucho sufrimiento en estas personas: por una parte, les lleva a preguntarse qué han hecho mal, piensan que no han sabido dar un buen testimonio de la fe; por otra parte, se plantean qué hacer para no provocar más rechazo todavía.
La Palabra de Dios en este domingo nos ofrece una luz para afrontar esta situación, porque en el Evangelio hemos contemplado que Jesús también la vivió: fue Jesús a su tierra… la multitud se preguntaba: ¿De dónde saca todo eso?… ¿No es éste el carpintero, el hijo de María…? Y desconfiaban de él. Hasta el punto de que Jesús exclama: No desprecian aun profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa… Y se extrañó de su falta de fe.
Como dice la Carta a los Hebreos, Jesús tenía que parecerse en todo a sus hermanos (Hb 2, 17), y por eso quiso pasar también por la dura experiencia de la desconfianza y el rechazo de los más allegados. Así nos enseña a afrontar esa misma situación que Él vivió: en primer lugar, debemos tener claro que en nuestro seguimiento del Señor seguramente la primera oposición o rechazo nos va a venir de quienes esperaríamos que más nos comprendiesen y apoyasen.
Pero Jesús no se queda lamentándose ni culpabilizándose, ni deja de actuar. El texto nos dice que No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Como Jesús, lo más seguro es que nosotros no “podamos hacer milagros” en nuestro círculo más cercano: no vamos a provocar ninguna conversión, no vamos a lograr que se interesen por el Señor o por la Iglesia. A menudo, ante el rechazo de los demás, es mejor “callar y actuar”; lo que podemos hacer es “curar enfermos”, es decir, ofrecer nuestro servicio y entrega hacia ésos que “desprecian” al Señor.
Algunos podrán objetar que así renunciamos a dar testimonio de fe, que nos quedamos en el plano “asistencial”, que hay que insistir a tiempo y a destiempo (2Tm 4, 2), pero muchas veces con esto sólo conseguimos provocar más rechazo. Por eso, manteniendo lo que San Pablo VI dijo en “Evangelii nuntiandi” 22: “La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios”, para estas situaciones a las que nos referimos la actitud del Señor nos indica la línea a seguir, como dijo el Papa Benedicto XVI en “Dios es amor”:
“El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor” (31.c). Y esto es así porque “es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. [El cristiano] Sabe que Dios es amor (1 Jn 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar”.
El servicio y la entrega realizados por amor son un testimonio de fe en el Dios que es Amor. Y, como decía la 1ª lectura, te hagan caso o no te hagan caso… sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. Quienes reciben nuestros gestos de amor sabrán que es Dios quien nos mueve a realizarlos, aunque explícitamente no lo quieran aceptar e incluso lo rechacen.
¿Sufro el rechazo hacia Dios y la Iglesia por parte de mi familia? ¿Cómo me afecta? ¿Soy de quienes insisten machaconamente, de quienes renuncian, o de quienes callan y actúan?
Es muy doloroso sufrir el rechazo hacia Dios y la Iglesia por quienes más cerca tenemos, y es lógico sentirnos abatidos y sin saber qué podemos hacer. Pero como decía San Pablo en la 2ª lectura: así residirá en mí la fuerza de Cristo. Él hoy nos muestra un camino a seguir, el mismo que Él siguió: desde su experiencia de Dios como amor, transmitir amor. Como cantó Silvio Rodríguez: “Sólo el amor alumbra lo que perdura/Sólo el amor convierte en milagro el barro/Sólo el amor engendra la maravilla/Sólo el amor consigue encender lo muerto”. Ante el rechazo a la fe, tengamos bien presentes las palabras de Benedicto XVI: “El amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar”. Ante el rechazo, callemos pero actuemos, “dejando que hable sólo el amor”.
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