¿Cómo compaginarlo?
Aunque habitualmente oramos por los enfermos, es cuando vamos a un hospital cuando con más fuerza nos golpea la realidad del dolor y la muerte, porque allí vemos “encarnados” el dolor y la muerte, en rostros, en personas que se tienen que enfrentar a esa realidad. Y la experiencia se hace aún más dolorosa cuando los enfermos son niños. Recientemente leí el libro “La casa de las miradas”, de Daniele Mencarelli, cuya acción se desarrolla en el hospital pediátrico “Bambino Gesù”, de Roma. Al contemplar el sufrimiento de tantos niños, uno de los personajes exclama con rabia: “Y luego me hablan de Jesucristo…” Quizá esta misma reflexión nos la hayan hecho a nosotros, o nosotros mismos nos la hemos hecho, porque nos resulta muy difícil compaginar el Dios que es amor y misericordia con la realidad del dolor y el sufrimiento, sobre todo de los inocentes.
La Palabra de Dios de este domingo nos muestra estos dos polos. Por una parte, en la 1ª lectura hemos escuchado: Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Y por otra, en el Evangelio hemos escuchado el relato de esa mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años y que, en vez de mejorar, se había puesto peor; y, sobre todo, hemos escuchado la súplica de Jairo: Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Y, al poco, llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: Tu hija se ha muerto.
¿Cómo compaginar ese Dios que no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes, con la realidad de la enfermedad crónica, y sobre todo con la muerte de esta niña de corta edad? Especialmente estos tiempos de pandemia suponen un serio cuestionamiento a nuestra fe: ¿Cómo hablar del Dios que es Amor y Vida, cuando la muerte siempre está presente, y a veces de una forma muy cruel? Y nos podemos encontrar sin saber qué responder.
Pero este Evangelio nos muestra algunos detalles que no se nos tienen que pasar por alto: ante todo, que Jesús está presente en esas situaciones de dolor. A veces de un modo aparentemente “pasivo”, como en el caso de la hemorroísa; otras veces de un modo más “activo”, como con la hija de Jairo. Pero siempre presente, aunque no seamos capaces de percibir esa presencia suya.
En segundo lugar, precisamente porque Jesús está ahí presente, tanto Jairo como la hemorroísa se acercan a Jesús. Jairo de un modo directo: se echó a sus pies rogándole con insistencia… La mujer, de un modo indirecto: acercándose por detrás, le tocó el manto… Sea cual sea el modo en que lo hacen, ellos, en su necesidad, se acercan a Jesús, como nosotros también debemos acercamos a Él en esos casos.
Y a ambos Jesús les da una respuesta similar: Tu fe te ha curado… No temas; basta que tengas fe. Podemos objetar que aquí es “fácil” compaginar al Dios que es Amor y Vida con la realidad del sufrimiento, porque estas dos situaciones acaban bien: la mujer notó que su cuerpo estaba curado; la niña se puso en pie y echó a andar. Pero no siempre las situaciones difíciles acaban así. Sin embargo, no olvidemos que tanto la mujer como la niña, con el tiempo, morirían; por eso, las palabras de Jesús siguen teniendo validez ante la enfermedad y el sufrimiento: No temas, basta que tengas fe. Porque, como todo lo que existe, nuestra vida biológica tiene un principio y un final.
¿He sufrido de cerca alguna situación especialmente dolorosa? ¿Supe compaginar al Dios que es Amor y Vida con esa situación? ¿Me acerco a Jesús en esos casos, o reniego de Él? ¿Distingo entre muerte biológica y muerte espiritual? ¿Cómo puedo tener más fe en Jesús?
La fe y la confianza en Jesús son las claves de toda nuestra vida, porque en un momento u otro la realidad del dolor, de la enfermedad, de la muerte, se van a hacer presentes y van a cuestionar lo que creemos sobre el Dios que es Amor y Vida. Que estas situaciones no sean ocasión para renegar de Él, como el personaje de la novela, sino para acercarnos a Él, como Jairo y la hemorroísa, confiando en su Palabra: No temas, basta que tengas fe, sabiendo que, más allá de la muerte biológica, Él es el Dios de la Vida y, por Amor, quiere que compartamos su misma vida.
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