Las lecturas enmarcan la celebración del Corpus en el contexto de la Alianza.
La primera lectura (Ex 24, 3-8) relata la ratificación de la primera alianza en el escenario de un rito solemne. Dios ha establecido un pacto con el pueblo de Israel en el Sinaí, que es comunicado al pueblo por Moisés. El pueblo acepta ante Dios las condiciones (“haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos”). Luego, un sacrificio de comunión ratifica la alianza. Por eso, se sacrifican unos novillos y con su sangre se rocía al pueblo, acompañando el gesto de estas palabras: “esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros”. En este contexto, no se puede olvidar que la fiesta de la pascua es clave para actualizar tanto la alianza del Sinaí como las cláusulas de la ley que lleva asociada.
La segunda lectura de la carta a los Hebreos (9, 11-15) supone un tránsito desde la primera a la nueva alianza de la mano de Jesucristo. Este paso es fundamental para entender la obra salvadora del Hijo de Dios y, desde luego, para comprender el significado de la eucaristía.
En efecto, en la segunda lectura, la carta a los Hebreos habla, como hace la del Éxodo, de sacrificio y de sangre. Hay, por tanto, relación entre ambas. La razón es obvia, el autor de la carta a los Hebreos explica la renovación de la antigua alianza (primera lectura) y su ratificación ritual-celebrativa por parte de Jesucristo. Este hecho, en verdad, supone algo nuevo dentro de la continuidad que, por eso mismo, conlleva: a) una alianza nueva (la promesa de una herencia eterna); b) un nuevo mediador (Jesucristo, el mediador de la alianza nueva) y sacerdote (Jesucristo, Sumo sacerdote); c) una víctima nueva (no se trata de animales sino de la entrega personal de Jesucristo) y, finalmente, d) una ratificación de la nueva alianza en la sangre del que es mediador-sacerdote y víctima al mismo tiempo.
Esta transición de lo antiguo a lo nuevo es central en la economía salvífica. A partir de lo antiguo viene lo nuevo. Con todo, es lo nuevo (Jesucristo) lo que da sentido a todo el proceso.
En esta dinámica hemos de entender el Evangelio de Marcos (14, 12-16. 22-26). El relato nos ubica en el contexto de la preparación y la celebración de la pascua judía. Jesús (que va a inaugurar con su muerte y resurrección una nueva pascua y alianza), en el día del sacrificio de los corderos pascuales, da indicaciones a sus discípulos en orden a la celebración de la cena pascual. En el transcurso de la misma lega a los suyos la eucaristía, con la entrega simbólica de su cuerpo y de su sangre en el pan (“Esto es mi cuerpo”) y el vino que comparte con los discípulos. Las palabras sobre el vino conectan con la lógica de las lecturas de hoy (“Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos”). Palabras que vinculan alianza-pascua-sangre, pero en la dirección de la plenitud que aporta lo novedoso: nueva alianza, nueva pascua, nueva sangre.
Tras lo dicho, conviene dejar de manifiesto en la solemnidad de hoy que la presencia prometida de Cristo en el pan y en el vino forma parte de un proyecto salvífico que va desarrollándose y creciendo en el tiempo. Ese proyecto posee el formato de la alianza. Una alianza que significa cercanía, comunión entre Dios y el pueblo. Esta comunión se expresa en la Ley que orienta la vida del pueblo. Esta alianza tiene igualmente su celebración ritual, singularmente en la Pascua, que actualiza la comunión salvadora de la que nace la alianza. En el momento clave del plan de Dios, Jesucristo (Hijo de Dios humanado) lleva a su cumplimiento pleno la alianza. Él, con su entrega-sacrificio personal a favor de la humanidad, establece una comunión salvadora inigualable entre Dios y el nuevo pueblo de Dios (la Iglesia). La ley del Amor es la que ha de orientar ahora la vida de la Iglesia y la eucaristía es la celebración ritual que actualiza esta nueva alianza (de ahí si condición de sacramento central en la economía salvífica cristiana). En ella se da una singular presencia y cercanía de Cristo que, según lo expresado, hay que leer en el contexto del misterio de la salvación.
Así pues, desde la perspectiva dibujada por las lecturas, la presencia de Cristo en la eucaristía mira al todo de la historia de la salvación. Junto a esto, y teniendo en cuenta lo que señalábamos en la introducción, esa presencia acontece en el conjunto de la celebración (no solo en un momento). Eso sí, luego, y en el interior de esta celebración, la presencia somática es el lugar de la máxima densificación de esa presencia que, además, hace posible la resolución de la celebración conforme a su sentido: la comunión.
Por tanto, presencia eucarística de Cristo significa comunión salvífica con Dios en la nueva alianza establecida por el Señor. Esa presencia eucarística alude tanto a la persona como a la acción de Jesucristo y, en este sentido, hace suya la totalidad del misterio de nuestra salvación. Presencia eucarística de Cristo significa también la actualización del ser de la Iglesia (cuerpo de Cristo), puesto que la Iglesia, fiel al mandado recibido, se recibe a sí misma al celebrar la eucaristía en la que acoge a su Señor.
La solemnidad del Corpus, pues, ha de ser una ocasión para subrayar la amplitud de la presencia de Cristo en la eucaristía que, ciertamente, se densifica en las especies del pan y del vino, pero que sólo se puede entender en un horizonte más extenso. Palabra clave de esta presencia es alianza, que bien podríamos traducir por comunión. Con este nombre se designa también la resolución de la celebración; es decir, cuando los fieles se alimentan del pan que da la vida al mundo. Esta comunión hace posible que el receptor sea transformado en Aquel a quien recibe, finalidad de la celebración.
El nombre comunión designa, igualmente, la alianza, la Iglesia y la salvación. Comunión, asimismo, es el hilo conductor que ha de guiar la vida misionera de la Iglesia y de los fieles en el mundo; un mundo roto por las divisiones, las guerras, las injusticias. Esta misión, por consiguiente, es sostenida por la presencia de Cristo en la eucaristía y se prolonga en la acción de los cristianos al terminar la misa. De este modo, la misión transparenta que “Cristo está con su Iglesia hasta el final del mundo” y que la entraña de esta misión es eucarística.
Algunas preguntas: ¿somos conscientes de la amplitud y la profundidad de la presencia eucarística de Cristo? ¿Nos damos cuenta de que la transformación del pan y del vino en la eucaristía tiene como finalidad la transformación posterior de los comulgantes y de la Iglesia en Cristo? ¿Somos capaces de ver la relación entre la eucaristía y la misión eclesial? ¿La misión pastoral que desarrollamos está vinculada con la eucaristía?
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