¡Nuestra hora!
1.- El tiempo de Jesús, con muerte y resurrección, acabó en la tierra. Ha llegado el momento en el que, después de cumplir en todo la voluntad de Dios, llega donde Dios mismo habita, reina y es visible.
Mientras tanto, el Jesús que nos dijo que era Camino, Verdad y Vida, nos deja la senda indicada para no perdernos en el camino; la Eucaristía, para fortalecer nuestra existencia y para no renunciar del intento de vivir y de seguir en lo que fue grande en El. ¿Lo conseguiremos? ¿Es posible una vida cristiana sin la presencia real y protectora de Jesús? ¿No hubiera sido mejor un final definitivo donde, con la Ascensión del Señor, también el hombre hubiera ascendido definitivamente al encuentro con Dios?
2.- En el día de la Ascensión se entrecruzan sentimientos de emoción y de triunfo:
–El que habló y defendió la causa de Dios es, por fin, elevado a la derecha del Padre
–El que estuvo cerca de los agobios y de las cruces de los hombres, es puesto a la derecha de Dios para que siga orientando a los suyos al encuentro de Dios
–El que, con palabras de fe nos animó, deja un hueco inmenso que, la iglesia, los cristianos de a pie (sacerdotes incluidos) intentamos llenar desde nuestras deficiencias, dones y carismas.
La Solemnidad de la Ascensión es una despedida. Se nos va Aquel que ha compartido nuestra condición humana. Se marcha después de decirnos que, permanezcamos –pase lo que pase- unidos a El.
2.- Hoy, en el día de la Ascensión del Señor, pidamos a Dios que esté junto a nosotros –tal como nos lo prometió- hasta el final de los tiempos. Que vivamos la Eucaristía sabiendo que, el Señor, nos llena con su poderoso alimento y que nos alimenta para ser fuertes en la fe hasta el momento en que, para cada uno de nosotros y con cada uno de nosotros, se vaya cumpliendo el plan de Dios.
¡Es nuestra hora!
Hay que ser testigos de la verdad y del amor de Dios. ¿Que lo tenemos difícil? ¡Muy difícil y cuesta arriba! Pero nos debe de animar la promesa del Señor: “yo estaré con vosotros todos los días” “permaneced en mi amor” “seréis mis testigos” “no temáis”.
Hoy, mientras la sociedad nos empuja a subirnos en el podium del poder, del dinero, del triunfo a costa de lo que sea, Jesús, nos invita a mirar hacia el cielo. Entra, primero El, para –que nunca olvidemos- que después de El, por el mismo agujero, entraremos nosotros si somos capaces de enseñar lo que El enseñó; de vivir como el vivió; de predicar lo que El predicó.
La Solemnidad de la Ascensión tiene también su interpelación; ¿qué haremos sin Ti, Señor? ¿Seremos capaces de transmitir el evangelio tal y cual es? ¿Lo desvirtuaremos? ¿Lo despedazaremos sin darnos cuenta? ¿Hablaremos más por inspiración humana que por inspiración divina?
Miremos hacia el cielo, no con nostalgia ni con pena, y sí con el firme convencimiento de creer en la gran obra que Jesús dejó, y que el Espíritu, nos va descifrando en el día a día.
Un gran regalo, como a Jesús mismo, nos espera a todos: el cielo. La Ascensión del Señor es, por lo tanto, la hora de todos nosotros. La hora de la iglesia. De los hombres y mujeres que, conociendo a Jesús, quieren vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
¡Gracias, Señor!
Por marcharte y, poco a poco, ir preparándonos a cada uno de nosotros una habitación en el cielo. Una cita ante Dios. Una felicidad que nada, ni nadie, nos podrá quitar.
3.- Y…NO NOS DEJES, SEÑOR
Tú has cumplido, pero nosotros no, Señor
Tú has hablado, pero a nosotros nos queda cumplirlo, Señor
Tú has subido a la cruz, a nosotros nos asusta, Señor
Tú estás cerca de Dios, nosotros sentimos que –a veces- nos alejamos
¡No nos dejes, Señor!
Porque cumplir tus Palabras, es imposible si Tú no estás a nuestro lado
Porque vivir según tu Reino, es utopía si no nos enseñas el camino
Porque amar, como tú exiges, es insostenible si Tú no apoyas
¡No nos dejes, Señor!
Y, porque ahora nos toca a nosotros, empújanos
Y, porque tal vez estamos huérfanos, danos tu Espíritu
Y, porque el miedo nos atenaza, infúndenos valentía
¡No nos dejes, Señor!
Y, si Tú te vas,
Deja un sendero luminoso tras tu Ascensión
Para que, hoy y aquí,
El hombre no olvide que, la tierra, no sólo es tierra
Que la humanidad, no sólo es humanidad,
Que la muerte, no se queda en la misma muerte.
¡No nos dejes, Señor!
Y, si te vas, porque ha llegado tu hora
Ayúdanos, desde el cielo,
A cumplir la nuestra
A llevar proyectos e ilusiones hasta el final
A reír aunque por dentro estemos llorando
A sembrar, aunque tengamos sensación de no recoger
A predicar, aún a riesgo de no ser escuchados
¡No nos dejes, Señor!
Y, aunque te vayas,
Quédate en tantos gestos y palabras
Sacramentos y momentos
Que dejaste a tu paso entre nosotros.
Amén.
Javier Leoz
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