24 mayo 2024

La Trinidad: misterio de comunión

 

La Trinidad: misterio de comunión

1.- Cuando queremos referirnos a un tema sumamente complicado, o aparentemente inescrutable, decimos con frecuencia que se trata de un tema tan difícil de explicar como el misterio de la Santísima Trinidad. Y es porque, al hablar de la Santísima Trinidad, nos estamos refiriendo al misterio teológico del Dios Uno y Trino. San Agustín se pasó veinte años meditando y escribiendo, interrumpidamente, sobre este misterio. Así publicó, al fin, el amplio tratado –catorce libritos—sobre la Trinidad, un libro que, según él mismo nos dice, lo comenzó de joven y lo terminó siendo viejo. Durante esos veinte años, más de una vez interrumpió el trabajoso y fatigoso estudio, porque pensaba que debía ocuparse en otros trabajos que eran más útiles para un número mayor de personas y porque creía que rara es la persona que cuando habla de la Santísima Trinidad sepa de qué cosa habla.

2.- Yo, que intento ser buen agustino, pienso que hoy, en nuestro trabajo pastoral, no debemos fijarnos tanto, o nada, en el misterio estrictamente teológico y debemos hablar y predicar sobre la Trinidad insistiendo en el aspecto y la dimensión pastoral y vivencial de este misterio. Porque estoy convencido que nuestra vida espiritual o es una vida trinitaria, o no es vida espiritual. La Trinidad es antes que nada, comunicación y comunión. Una comunicación basada en el amor y una comunicación de amor. Dios es amor, nos dijo ya San Juan y repetirían después muchas veces San Agustín y otros muchos santos; el fruto del amor del Padre es el Hijo y el cordón umbilical que une al Padre con el Hijo –el Espíritu Santo– es el Amor. El misterio de la Santísima Trinidad es, pues, un misterio de Amor y así debe ser el misterio de la vida de todo y cualquier cristiano. Cuando yo amo a Dios, me comunico con Dios, comulgo con Él.

Y, como cada vez que amo a Dios amo en Él al prójimo y cada vez que amo al prójimo amo a Dios en el prójimo, resulta que siempre que amo con amor cristiano estoy participando en un amor trinitario. En este sentido tiene plena validez y fuerza la conocida frase de San Agustín; ama y haz lo que quieras. Porque cuando amas a Dios y al prójimo con un amor trinitario es siempre Dios –el Dios Amor– el vínculo de unión, y el fruto de ese amor sólo puede ser Dios mismo, el Dios Amor. Esto debemos realizarlo y vivirlo en nuestras relaciones de cada día: con nuestros padres y familiares, con nuestros amigos, con todas las personas con las que tratamos y convivimos, con las personas con las que nos comunicamos y con las que comulgamos. Los frutos de mi amor con el prójimo deben ser los mismos dones del Espíritu Santo, es decir, la paz, la bondad, la generosidad, el amor…

3.- En esta fiesta de la Santísima Trinidad, nuestro propósito debe ser un propósito sencillo y nada misterioso: el propósito de amar y de dejarnos amar con el amor de Dios. Un amor de comunión que me lleve a comulgar diariamente con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (Gaudium et Spes). Así podremos celebrar dignamente la fiesta que hoy celebramos, sin perdernos ni marearnos en los oscuros senderos y laberintos del misterio teológico de la Santísima Trinidad.

Gabriel González del Estal

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