19 abril 2024

Somos hijos de Dios (1Jn 3, 1-2

 

Jesús, Hijo de Dios, lleno de Espíritu Santo.
Oímos hoy la invitación del evangelista Juan a contemplar el amor que nos habita:
mirad qué clase de amor nos ha dado el Padre,
para que hayamos sido llamados hijos de Dios, y [lo] somos.
Ese “amor” viene del Espírituque nos hace hijos y que nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre!;
ese Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios;
gracias a la fe en ti, accedemos a esta situación de gracia en que estamos.
Nuestra fe nos dice que el Padre nos ama desde siempre:
antes de la creación nos eligió para que fuéramos santos e inmaculados por el amor;
destinándonos a ser adoptados por hijos suyos por medio de ti, Jesús Mesías…;8
El amor tan singular del Padre lo hemos conocido en tu vida, Jesús de todos:
en esto hemos conocido el amor: en que tú diste la vida por nosotros;
y en esto conocerán los demás nuestro amor: si crea vida, renueva, cura…
Hoy, Jesús del amor sin medida, somos invitados a mirar nuestro amor:
el mundo no nos conoce, porque tampoco le conoció a él, a ti, Jesús;


el mundo, enraizado en la codicia, desconoce la gratuidad del amor divino;
el mundo reconoce a los poderosos sin mirar a los súbditos que aplauden o callan;
el mundo reconoce el dinero ocultando la injusticia por donde vino;
el mundo reconoce el brillo de la cultura y el arte disimulando la opresión
Mirad qué clase de amor nos ha dado el Padre:
un amor universal, que busca el bien de todos;
un amor que hace salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos;
un amor que no divide ni separa, no margina ni excluye a nadie;
un amor opuesto a la avaricia que siembra tiranía y muerte;
un amor que abre la puerta a cualquiera que llame…
Este amor gratuito y universal en personas, tiempo y lugar, es tu amor:
un amor que, efectivamente, no merecemos;
ha sido y sigue siendo el regalo del Padre dador de vida;
ha sido la acción del Espíritu divino desde siempre;
ese amor te ha enviado a Ti, testigo y portador del mismo Espíritu;
ese amor lo has ido sembrando con palabras y obras;
ese amor lo has ido entregando hasta darnos su misma fuente:
recibid el Espíritu Santo.
Este es el regalo pascual por excelencia:
con él los discípulos se sintieron perdonados sin merecerlo:
ni un reproche, ni una explicación de su abandono…;
con él les vino tu paz, tu perdón, tu alegría, tu esperanza;
con él supieron que serían semejantes a Dios porque le verían como es.
En esta misma fe hemos sido injertados nosotros, discípulos tuyos ahora:
la fe en ti, Jesús resucitado, nos ha introducido en la misma gracia:
habita en nosotros tu mismo Espíritu;
sentimos tu misma pasión por la fraternidad y la vida de todos;
el amor gratuito y universal es nuestro camino, nuestra verdad, nuestra vida.
Este amor es la única estrategia, “sin trampas ni cartón”, nuestra:
vivir con las entrañas empapadas por este amor divino;
organizar nuestra vida desde estas entrañas conmovidas;
elegir las prioridades que estas entrañas ven más necesarias y urgentes;
denunciar la ausencia de estas entrañas,
especialmente en quienes presumen o abusan de ellas;
desechar la venganza, la imposición, la marginación, exclusión…;
remover de nuestra vida todo lo que pueda alejar a los necesitados;
identificarnos contigo, Jesús pobre, humilde, marginado hasta el final…
releyendo tu memoria,
celebrando en nuestras reuniones tu vida entregada,
poniendo nuestras entrañas en las manos del Padre que nos las dio.

Rufo González

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