Inicial.
Jesús resucitado nos ha reunido en este 3º domingo de Pascua, como todos los domingos, en torno a su mesa. Esto es la Pascua: que Él, el crucificado, vive y nos acompaña, se hace presente en medio de nosotros y nos da su Espíritu. Nosotros somos débiles, como lo eran los apóstoles que, tras haberle seguido por los caminos de Palestina, fueron incapaces de permanecer a su lado cuando las cosas se pusieron difíciles. Pero ahora, a aquellos discípulos asustados, Jesús los vuelve a reunir, y les encarga ser testigos de su amor y de su salvación, como nos lo encarga también hoy a nosotros.
Iniciamos la celebración recordando nuestro bautismo, con la aspersión del agua sobre nuestras cabezas y renovando nuestra adhesión a Cristo resucitado, que nos invita a seguirle.
Primera Lectura.
La predicación de Pedro y los prodigios que la acompañaban levantan la admiración del pueblo. Pero Pedro les recuerda su complicidad en la muerte de Jesús y los invita al arrepentimiento.
Segunda Lectura.
San Juan nos dice en su carta que no basta con la confesión verbal de nuestra fe. Es necesario que hagamos vida su Palabra y vivamos la plenitud de su amor.
Evangelio.
Jesús resucitado nos sale al encuentro en el camino de la vida como a los discípulos. Ojalá sepamos reconocerlo hoy cuando pasa a nuestro lado.
Puesto de pie, cantamos aleluya.
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