LA LETRA MATA, MÁS EL ESPÍRITU VIVIFICA
1.- Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. La frase de san Pablo (2 Cor 3, 6), citada arriba, nos sirve para explicar el comportamiento de Jesús ante la conducta de los “mercaderes” del templo. Porque tanto los que vendían ovejas, bueyes y palomas, como los que cambiaban las monedas, lo hacían de acuerdo con la letra de la ley. La compra de ovejas, bueyes y palomas eran necesarias para los sacrificios, y los que cambiaban las monedas también. ¿Qué era, entonces, lo que hacían mal estos “mercaderes” y por qué la ira súbita y violenta de Jesús?
Por haber convertido en un puro negocio un oficio necesario para los sacrificios en el templo. Algo parecido a los que, desgraciadamente, hacen hoy algunos párrocos y curas peseteros con los estipendios de las misas, bautizos y funerales. Las misas, bautizos y funerales son necesarios en cualquier parroquia, pero organizar las misas, bautizos y funerales de la parroquia pensando más en el beneficio económico que proporcionan, que en el provecho pastoral, social y espiritual, que pueden y deben proporcionar a los fieles, eso ya sería ser más “mercaderes” de la parroquia que auténticos párrocos. Son muchos los casos en los que la letra de la ley nos permite hacer cosas que el verdadero espíritu de la ley nos prohibiría. Jesús no vino a suprimir la letra de la ley, pero sí vino a purificarla. La conducta de Jesús ante el comportamiento de los “mercaderes” del templo debe servirnos a los cristianos para discernir en cada caso qué es lo que nos permite hacer la letra de la ley y qué es lo que nos manda hacer el espíritu de la ley.2.- ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: Destruid este templo y en tres días lo levantaré… Él hablaba del templo de su cuerpo. El único y verdadero templo de Dios, en el sentido más estricto de la palabra, es el cuerpo y el espíritu de Cristo. Un templo físico donde no habita el espíritu de Jesús no es templo de Dios, por muy grandioso, artístico y monumental que sea ese templo. Lo mismo nos pasa a nosotros, los cristianos: si no habita en nosotros el espíritu de Cristo no somos templo de Dios, aunque seamos unos fieles cumplidores de la letra de la ley cristiana. Los judíos, incluidos los discípulos de Jesús, no entendieron la respuesta de Jesús, porque para ellos el único templo de Dios era el templo de Jerusalén. Aprendamos nosotros: no debe ser para nosotros lo más importante de la religión ir al templo físico de la parroquia, o de cualquier iglesia, lo más importante es, cuando entramos en una iglesia, encontrarnos con el espíritu de Jesús, el único templo vivo y verdadero de Dios. Y, si cada uno de nosotros vive habitado por el espíritu de Jesús, él mismo es templo vivo de Dios.
3.- El Señor pronunció las siguientes palabras: Yo soy el Señor, tu Dios… No tendrás otros dioses frente a mí. En este texto del libro del Éxodo se recogen los mandamientos, las “leyes”, que el mismo Dios entregó a Moisés en el monte Sinaí, como expresión del código de la Alianza que el mismo Dios hizo con su pueblo. Son mandamientos, leyes justas, que Yahvé dio a su pueblo; si el pueblo las cumplía, Yahveh les protegería, siendo siempre fiel a esta Alianza. Naturalmente, esta antigua Alianza de Dios con su pueblo vale también para nosotros y para todos los pueblos. Pero nosotros, los cristianos, debemos ser y sentirnos especialmente fieles a una Nueva Alianza, la Alianza que Dios renovó con nosotros en Cristo Jesús. El mandamiento nuevo de Jesús es amarnos unos a otros como el mismo Jesús nos amó a nosotros. Seamos nosotros fieles especialmente a esta Nueva Alianza.
4.- Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos. En esta su carta a los Corintios, san Pablo no niega la validez de los signos que exigían los judíos, ni la sabiduría que buscaban los griegos; lo que hace san Pablo es resaltar lo propio de los cristianos, al predicar la salvación basada en los méritos de Cristo, una persona crucificada. San Pablo ve y quiere que veamos nosotros, los cristianos, en Cristo crucificado, la salvación que nos viene de Dios, precisamente a través de la humillación y muerte de Cristo, aceptada libremente y por amor, una muerte injusta provocada por la maldad de los hombres. Condenemos nosotros la maldad de los hombres que mataron a Cristo y alabemos la humildad y el amor de Dios, al aceptar como redentora la muerte de su Hijo crucificado.
Gabriel González del Estal
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