Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Mc 11, 1-10
Hoy es Domingo de Ramos: se acercan los días grandes de nuestra fe. Hoy celebramos y recordamos aquella entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por las multitudes.
¿Qué viene a hacer Jesús a la ciudad santa? No llega para ser coronado como rey, -aunque algunos así lo creían-. El estilo de Jesús es otro.
Él, humilde y sencillo, montado en un borrico, nos muestra que su realeza va por otros caminos: por los del servir desinteresadamente. Jesús va a comenzar la semana más importante de su vida; llega su “hora”.
El jueves al anochecer celebrará la Pascua con los doce: su última cena. Y en el mismo transcurso de esa cena, Jesús instituirá la Eucaristía y nos dará una gran lección: es más feliz quien sirve a sus hermanos. Luego será detenido en Getsemaní, a las afueras de la ciudad, y al día siguiente lo llevarán ante el gobernador Pilato, para ser luego clavado en la cruz, donde entregará su vida a primera hora de la tarde del viernes. Para algunos puede resultar extraño aclamar a Jesús con palmas y ramos, pocos días antes de su muerte.
Pero el motivo es claro: el domingo próximo es la Pascua. Y en la Pascua conmemoramos que Jesús resucita victorioso. La vida de Jesús no termina el Viernes Santo, sino que llega a su culmen en el Domingo de Pascua. Por eso hoy cuando cantamos «¡Hosanna,… bendito el que viene!» con ramos en las manos, no aclamamos a un Jesús que solamente viene a sufrir; aclamamos sobre todo al Jesús que muere por nosotros y que resucita victorioso venciendo a la muerte.
El ramo de palma es precisamente el símbolo de la victoria, y se llevaba en los cortejos triunfales de aquella época. Os animo a que en estos días grandes que vienen no nos quedemos en la muerte ni en la cruz sin más; porque la cruz es sólo un instrumento de tortura si no está unida a la Resurrección. ¡La Cruz de Cristo es anuncio de Vida! Su victoria es nuestra victoria. Feliz Semana Santa.
J. Javier García
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