Javier Leoz
Así reza una sentencia espiritual: “Más vale un alma agitada (que busca o se resiste) a un alma marchita (derrotada y muerta).
1.- Se acercan los días de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. ¿Cuál es el resumen de nuestra vida? ¿Servimos o nos servimos? ¿Amamos o nos dejamos amar? ¿Salimos al encuentro o preferimos que sean los demás los que nos rescaten? Es hora, en estas últimas jornadas cuaresmales, de solicitar al Señor que renueve nuestros corazones. Es un momento propicio para volver nuestros ojos a un lado y a otro y ver dónde nos tenemos que emplear más a fondo. La cruz del Señor merece, por nuestra parte, un último esfuerzo: hay que atraer al Señor el corazón de la humanidad. ¿Cómo? Sirviendo y, además, haciéndolo con ternura, con cariño, y con fidelidad. Entre otras cosas porque, en esa entrega y constancia reside nuestra propia renuncia para estar al lado del Señor. El Señor quiere que, dejando el YO que tanto nos invade y nos limita, mudemos a los OTROS. Es decir; que nos neguemos a nosotros mismos; que busquemos la felicidad no tanto en la propia satisfacción, cuanto en la utilización de todos nuestros dones y talentos al servicio del Evangelio y de los demás. Desertar en algo, de nuestros caprichos, comodidades e individualismos, implica el volcarnos un poco más en aquellas direcciones que nos resultan incómodas. Hacia aquellas personas que necesitan nuestra ayuda, nuestra estima o, simplemente, nuestro cariño.
2.- Cristo, al morir, nos enseña el lado bueno de la cruz: la alianza nueva que Dios quiere y desea definitivamente para el hombre y que viene sellada por su sangre. A nosotros no se nos pide tanto; no desea el Señor que seamos clavados en una cruz (aunque sería bueno que sacrificáramos aquello que nos impide llegarnos hasta Él); no nos exige que seamos lapidados públicamente (aunque sería muy positivo que defendiésemos nuestras convicciones religiosas y morales allá donde estemos presentes); no pretende vernos coronados por espinas o traspasados por lanzas (aunque, qué bueno sería, que fuésemos conscientes de que la fe conlleva riesgos, incomprensiones, soledades).
3.- El Evangelio de este domingo V de cuaresma nos acerca la verdadera figura de Jesucristo: no es un supermán; no es un superhéroe. Siendo Hijo de Dios, le aguarda la cruz, el sufrimiento, la muerte. Como cualquier alma, también la suya, se siente agitada, preocupada, turbada por los próximos acontecimientos de la Pascua.
Va tocando a su fin la vida pública de Jesús. Ahora le aguardan sus consecuencias. La fidelidad a Dios no siempre es entendida ni aplaudida por los poderosos del mundo. Pero, como siempre, nos quedará la seguridad y la esperanza de que, todo esto, sea preciso para que Dios selle una Alianza Nueva que nada ni nadie podrá ya quebrar. ¿Somos conscientes de que también nosotros hemos de saber renunciar a algo para que la obra de Dios toque a su fin?
4.- MI ALMA SE AGITA, SEÑOR Cuando llega la hora de la verdad, y siento que no tengo tantas fuerzas para defender tú Reino. Porque me cuesta renunciar a mi “YO” y decirte que soy todo tuyo, Señor. MI ALMA SE AGITA, SEÑOR Porque, lejos de ser trigo que muere, pretendo ser flor que nunca se marchita que no quiere perder ninguno de sus pétalos que, lejos de renunciar a su hermosura, la quiere salvar a toda costa.
MI ALMA ESTÁ AGITADA, SEÑOR Porque para dar fruto, me dices que, primero, hay que desaparecer Porque para darte gloria, me recuerdas que he de sucumbir Porque para, ser de los tuyos, he de alejarme de muchos de los míos.
MI ALMA ESTÁ AGITADA, SEÑOR ¿Qué te diré? ¿A quién clamaré? ¿A dónde iré? ¿Merece la pena, Señor? Como Tú, Señor, también yo digo: Líbrame de aquellas horas que me producen pena y llanto Evítame las cruces excesivamente pesadas Condúceme por los caminos no inhumanamente estrechos. Pero, eso sí, Señor; No se haga mi voluntad Porque, sé mi Señor, que todo lo que me pides y me das que todo lo que pones bajo mis pies es porque, previamente, Señor sabes que lo puedo soportar y por Ti entregar.
MI ALMA ESTÁ AGITADA, SEÑOR Pero sé que, hoy siempre, la esperanza que tengo en Ti no me defraudará. Amén
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