1.- Las lecturas bíblicas de este domingo tercero de Cuaresma se abren con un impresionante texto del libro del Éxodo. Se glosan en él los llamados “mandamientos de Dios”. Y conviene advertir que, a su relación, precede una afirmación alusiva a la liberación obrada por Dios en favor del pueblo que estaba sometido a la esclavitud de los egipcios: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud”.
Esta afirmación sitúa en su razón más radical a los “mandamientos”. Estos no son arbitrarias obligaciones que Dios haya impuesto sobre la conciencia de los hombres. No son la expresión jurídica de un dominio despótico. No son prescripciones de derecho natural o preceptos puramente morales. No obedecen a un inconfesado propósito de atentar contra la alegría de la vida en el mundo ni surgen desde una voluntad imperiosa de poner límites a la libertad de los hombres. Todo lo contrario. Es la exigencia del hombre que ha pactado con Dios la Alianza. Son la definición de la autenticidad humana, el medio por cuyo cumplimiento el hombre, lejos de estar dominado por los ídolos, accede a la libertad verdadera.
2.-Los “mandamientos” son, en definitiva, una apuesta por la libertad por la libertad, por la autenticidad, por la verdadera realización del hombre. Quien no llegue a esta experiencia interior y social, difícilmente podrá asentarse en la definición de creyente en Dios. Los “mandamientos”, lejos de cercenar la libertad, son un impulso y aguijón a la autonomía verdadera del hombre.
3. Pero el cristianismo no concluye en la esfera de los “mandamientos”. En su precisión está toda la ética natural, los derechos humanos, la declaración primigenia de los derechos del hombre. Tras los “mandamientos”, y sobre su base, el creyente en Jesús se alza a nuevas cotas. El mensaje de Jesús va más allá de “lo natural”, de “lo puesto en razón”, de “lo lógico”. Ni judíos ni griegos pueden entenderlo. Para unos es “escándalo”, para otros “necedad”. Para el creyente, sin embargo, “fuerza de Dios” y “Sabiduría de Dios”.
Desde la vocación transcendente del hombre, propia del Mensaje de Jesús, el creyente entiende la existencia desde una escala de valores que está más allá, más alto o más radicalmente, que lo descubierto por la inteligencia o la prudencia de la carne. Se aceptará o se rechazará, pero el cristianismo postula una transcendencia de origen y de destino y, por ello, una transcendencia de comportamiento y compromiso en el tiempo.
4. De ahí la importancia que el creyente en Jesús concede a su confesión de Dios. Lejos de alejarle de la peripecia humana, para el verdadero creyente todo ha quedado trastocado por su fe: política, economía, cultura, sociedad, amor…
Si Jesús sale en defensa de Dios, lo hace por su decidido propósito de defensa del hombre. Porque el Dios de Jesús es la última instancia de interpretación para el auténtico proyecto humano. Todo lo demás, incluido Dios por si mismo, es manipulación de lo religioso, venta de mercaderes en el templo.
Antonio Díaz Tortajada
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