Jesús nos salva con su enseñanza
Después de haber elegido a los cuatro discípulos que formarán el núcleo del grupo apostólico: Simón, Andrés, Santiago y Juan, y al poco tiempo de llegar a la ciudad de Cafarnaún, Jesús entró un sábado en la sinagoga y se pudo a enseñar. Entre los judíos existía esta «hospitalidad de la palabra». Se invitaba a hablar a aquellos que venían de fuera con la esperanza de que posiblemente les traían una palabra de parte de Dios. A veces escuchamos con gusto a quienes viene de otra parte porque no participa de nuestros prejuicios o precomprensiones de la realidad, y no es raro que nos ayuden a ensanchar nuestros horizontes. El Nuevo testamento da testimonio de que también a san Pablo le invitaban a hablar en algunas las sinagogas por donde pasaba.
Una de las actividades más importante de Jesús fue precisamente la enseñanza. Además de la instrucción recibida en el hogar y en la sinagoga, desde el punto de vista religioso no conocemos que hubiera tenido otro maestro que el Padre del cielo, al que Jesús siempre estaba atento; vivía pendiente de sus palabras, de sus acciones, de sus gestos, de la más mínima insinuación. Esa era la fuente de su enseñanza. Jesús vivió siempre mirando al Padre, escuchándolo para secundar sus palabras y deseos, con una actitud de obediencia total. Jesús mismo lo dirá: Yo hago siempre lo que veo hacer a mi Padre, y digo lo que le oigo decir (cf. Jn 5,19; 14,10).
En este caso no se nos dice el contenido de su enseñanza, pero no sería distinto del que encontramos a lo largo de los cuatro Evangelios.
Estamos ante un texto inaugural de la actividad didáctica y curativa de Jesús según el Evangelio de Marcos.
Enseñaba con autoridad
San Marcos pone de relieve una nota característica de la enseñanza de Jesús: la autoridad con la que hablaba. Esa autoridad no se refiere al tono, ni a la seguridad, ni a la firmeza con que hablaba, sino, entre otras cosas, a la coherencia que existía entre lo que decía y lo que hacía. Su autoridad se traduce en su acción. La palabra griega (exousía) que utiliza el Evangelio para designar la autoridad de Jesús puede traducirse por: a partir del ser. Según esto, su enseñanza provenía de las profundidades de su ser; él encarna lo que enseña. La palabra latina (augere) para hablar de la autoridad significa hacer crecer. También podemos aplicar este sentido a la autoridad de Jesús. Así entendida, su autoridad hace crecer a las personas que le escuchan de verdad para convertirse, a su vez, en autores de su propia historia; las hace responsables de sus propias obras; sus vidas se transforman para bien. La autoridad de Jesús conduce a la vida verdadera; es liberadora. El mismo Jesús dirá: Yo he venido para que tengan vida abundante (cf. Jn 10,10). Está claro que su autoridad nada tiene que ver con el poder arbitrario. Por otra parte, Jesús no fuerza a nadie a escuchare u obedecerle; no trata de dominar a toda costa a los que le rodean.
Como su enseñanza, su autoridad proviene de Aquel que es la Fuente de toda autoridad.
Los ciudadanos de Cafarnaún enseguida la captaron y la compararon con la enseñanza de los escribas, carente de autoridad. Jesús enseñaba como alguien que ha recibido un mandato de Dios para ello. Enseñaba con autoridad porque en su tiempo era el único y definitivo mensajero de Dios, profetizado por Dios en el pasaje del Deuteronomio de la primera lectura del este domingo.
Después de la expulsión de los vendedores del Templo de Jerusalén, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le preguntaron a Jesús con qué autoridad hacía estas cosas. Pero para responderles les puso como condición que ellos respondieran a otra pregunta, cosa que no quisieron hacer por miedo y astucia, por lo que Jesús tampoco les respondió.
Primera curación
La primera curación de Jesús que nos cuenta el Evangelio según san Marcos es un exorcismo. También esto nos debe hacer reflexionar. Resulta chocante que un hombre poseído por un espíritu inmundo entre en un lugar de culto. El espíritu inmundo hablaba a través de este hombre. Hablaba en plural y gritando: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno?» Ciertamente, no hay nada tan dispar como lo puro y lo impuro. Y continuó gritando: «¿Has venido a acabar con nosotros?» El evangelista juega con ironía con el nombre de Jesús y las palabras del hombre poseído por el espíritu inmundo. El nombre de Jesús significa «Dios salva». Sin embargo, el hombre que tenía el espíritu inmundo le dice a Jesús: «¿Has venido a acabar con nosotros?» Así es, Jesús viene a acabar con los enemigos de la humanidad. En verdad la misión de Jesús consiste fundamentalmente en eso, en liberar a la humanidad de la alienación de cualquier espíritu impuro, de cualquier tipo de posesión. Finalmente, grita diciendo (ahora en singular): «Sé quién eres: El Santo de Dios». También en el A.T se utilizaba una expresión semejante para hablar de la consagración particular de una persona. Así Aarón es llamado «el Santo del Señor». Esa misma expresión la encontramos en otros pasajes del NT para referirse a Jesús (Lc 4,34 y Jn 6,6). Con ello se quiere decir que Jesús es el consagrado por excelencia. El espíritu inmundo hablando por la boca de ese hombre decía la verdad sobre Jesús, pero no creyó en él, no se adhirió a su persona. Saber cosas sobre Jesús no siempre es garantía de fe, de que se cree en él, de que se acepta su enseñanza.
Con su autoridad, Jesús increpó al espíritu inmundo y liberó a aquel hombre de su posesión. Con esta acción, Jesús hizo posible que aquel hombre fuera de nuevo él mismo y que hablara por sí mismo.
Preguntas sobre Jesús
La reacción ante Jesús es ambivalente. Sus enemigos se ratifican en el rechazo, en cambio, los bien dispuestos se asombran, se quedan estupefactos, captan la diferencia, captan algo de su misterio. Su enseñanza los remueve interiormente, los invita a cambiar de vida, los despierta, los transforma, los libera, los levanta, los hace crecer, les ensancha los horizontes, los conduce a la Vida Plena.
Jesús sigue vivo en su Iglesia, sigue actuando en nuestro mundo, sigue interpelando a todos. Cada uno podemos preguntarnos: ¿Su enseñanza me interpela? ¿Acepto su autoridad? ¿Me transforma a mí también?
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