Lectura del libro del profeta Baruc (5,1-9)
Para comenzar este tiempo de oración y entrar en la Presencia de Dios las palabras de San Anselmo de Canterbury nos pueden ayudar: “hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: ‘Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro.”
La lectura que la Liturgia nos presenta para este domingo es del profeta Baruc, considerado secretario, amigo y confidente del profeta Jeremías. Él habla de una comunidad que vive en el exilio, deportada a Babilonia. En una primera lectura resalta a nuestro entendimiento la paradoja del luto y la llamada a la Gloria. La Palabra invita a dejar atrás el llanto y la tristeza de un duelo, de un luto y a vestirse con un manto nuevo hecho de justicia. La nueva vestimenta, que deja atrás el sayal, incluye adornos en la cabeza. Es decir, la belleza de los adornos resalta que ese acontecimiento es nuevo y novedoso. El profeta habla a la ciudad de Jerusalén.
Esta lectura del profeta es un texto típico de adviento; hay coraje y esperanza. Se nos invita a levantarnos y a contemplar a todos los pueblos numerosos que vienen de Oriente y Occidente. Esos pueblos gozarán de un festín suculento y enjundioso (Is 25, 6-10). El pueblo fue llevado a la deportación a Babilonia y fue a pie, fue conducido por el enemigo, pero ahora en este presente, aún no realizado del todo, vuelve conducido por Dios, llenos de Gloria y en litera. Dios los cuida, no se cansan porque los conduce el Compasivo (Is 49,8-15).
Es un texto donde la Gloria de Dios aparece cinco veces. Baruc habla de la gloria que es el destino prometido por Dios. Si Dios no actúa con su gloria todo es luto, miseria, llanto. Tener la experiencia de la gloria de Dios es lo contrario. Además, pensemos en el canto del Gloria que entonarán la multitud de los ángeles la noche del nacimiento de Jesús (Lc 2,14). La Gloria es la manifestación visible de su presencia salvadora. La Gloria de Dios consiste en salvar y liberar al hombre. Famosa es la frase de San Ireneo que la gloria de Dios es el hombre plenamente vivo. Igualmente, esta frase es importante en la espiritualidad de Santa María Eugenia de Jesús.
La lectura es una llamada en forma de himno, dirigido a Jerusalén, y a cada uno de nosotros, habitantes de la Jerusalén futura a acoger la invitación y la Gloria que Dios nos proporcionará. No es cualquier Dios, es Emmanuel, es Dios con nosotros. En la lectura vemos como la acción de Dios en la historia que cambia la suerte de Jerusalén, del pueblo y del mundo, para siempre. Que nuestra petición final y durante este tiempo de adviento sea: ¡Ven Señor Jesús!
Ana Alonso, r.a.
Asunción Cuestablanca
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