1.-. La vida de muchas personas es un desierto. El ir y venir, subir o bajar, trabajar y disfrutar o el movimiento al que estamos sometidos cada día, hace casi imposible el detenerse para saber y palpar que Dios viene a nuestro encuentro.
Y, en este Segundo domingo de Adviento, con el profeta Isaías y con San Juan sentimos que “en ese desierto” “en esa realidad dura” que nos toca vivir, es donde hemos de construir un camino para el Señor.
Desde la mañana hasta la noche, nuestra agenda está tan colapsada, que resulta muy difícil hacer un hueco para lo trascendente. El adviento, a los cristianos, nos vacía, nos esponja, nos sensibiliza: ¿Qué estás dispuesto a realizar para que tu vida sea un camino para Dios?
2.- Porque hay dos clases de desierto: el que no deja que nazca nada bueno en torno a nosotros y, aquel otro, que posibilita un encuentro con nosotros mismos, con la fe, con la esperanza, con Jesús que viene, con esa realidad interior que nos abre y nos conduce a la esperanza.
Los caminos que conducen a la Navidad no pueden ser aquellos falsos anuncios de felicidad, que nos invitan a un simple sueño de lotería, al dulce o al cotillón de nochevieja. Los caminos, que conducen a una auténtica Navidad, son aquellos que nos hacen vivir y recuperar el sentido más profundo de esos días: Dios sale a nuestro encuentro. ¿Seremos capaces, en medio de tantos atajos, de acondicionar un sendero limpio, sencillo, humilde para que Jesús venga por El?
El camino de cada uno, nuestra propia historia (con grandezas y con miserias incluidas) es la vía que Dios utiliza para venir hasta nosotros. Juan Bautista se hizo camino para indicar a otros la llegada de Jesús. Esto, como cristianos, nos debe de interpelar seriamente: ¿somos recordatorio de la llegada de la Navidad o rito que se repite sin una gran verdad de fondo? ¿Nos diluimos como la sal en el agua? ¿Presentamos a Jesús como algo que merezca la pena ser vivido, amado y seguido?
3.- A Juan Bautista le costó la cabeza su fidelidad y su tenacidad por las cosas de Dios. Cogió el camino que le conducía hasta Jesús y, a partir de ese momento, no supo entender su propia existencia sino desde su más profundo convencimiento: viene Alguien grande detrás de mí. Esa intuición de que Jesús llega, hoy y ahora, nos debería de llevar a un entusiasmo en nuestra acción evangelizadora. El adviento, por ello mismo, es un enderezar aquellos caminos que se han quedado en sendas conquistadas por el matorral, en calzadas marcadas por la incredulidad o la pereza, en autopistas donde vamos a tanta velocidad que, ni tan siquiera, disfrutamos de tantas cosas buenas que nos da la vida.
¡Preparad el camino al Señor! Lo haremos, Señor. Con la esperanza o seguridad de que vienes detrás de nosotros. Con el propósito de que, la Navidad, será Navidad si dejamos un hueco para que Tú nazcas.
4.- Estos días, en una gran ciudad, observaba como unos operarios se afanaban en preparar diversos motivos de luz para las navidades. Por un momento, me asoló un pensamiento: ¿serán conscientes de por qué y para qué los ponen? ¿Estaremos iluminando las calles por donde va a venir Dios o, simplemente, dándoles más colorido y superficialidad?
Pidamos al Señor, que en lo más hondo de nuestro corazón, siga encendida la estrella de la fe. Y, eso, no se consigue a base de kilowatios, sino con vigilancia, conversión y santa esperanza.
Javier Leoz
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