Por José María Martín OSA
1.- Mensaje de consuelo y fortaleza. En el libro de la consolación de Isaías recibimos un mensaje maravilloso: son palabras de consuelo y fortaleza. Nada de amenazas y desventuras. ¡Qué distintas a los mensajes catastrofistas de algunas supuestas apariciones! Sus palabras son todas de consuelo y de gracia, como las de Jesús. Sus anuncios son todos de liberación y recompensa, como los de Jesús. Sus imágenes son todas sugestivas y entrañables, como las de Jesús. Y como las de todos los mejores profetas de todas las edades. Los que saben leer los signos de los tiempos, los que están convencidos de que Dios no castiga porque es un pastor que ama a su rebaño, los que encienden la esperanza, los que sueñan y predican utopías, los que saben que el futuro no es el coco, sino él. Son palabras de fe: a pesar de la situación angustiosa: sin patria, sin rey, sin ley, sin templo, "aquí está vuestro Dios". Y el Señor viene con la ternura de la madre, con la fuerza del libertador.
2.- Paciencia y esperanza, nos recomienda la Segunda Carta de Pedro. Son dos virtudes que se necesitan mutuamente, y mutuamente se engendran y se sostienen. La paciencia es impensable sin una esperanza en el horizonte. La salvación ya está aquí, "está ya cerca de sus fieles", nos dice el salmo 84. La esperanza alegra y dinamiza la paciencia, llevándola hasta límites insospechados. Dios, por ejemplo, “tiene mucha paciencia con vosotros”, porque espera “que nadie perezca”. Tengamos también paciencia nosotros, sin límites, y crezca nuestra esperanza también sin límites hasta que consigamos “un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia”. Esta feliz expresión recoge todos nuestros sueños y utopías. ¡Cómo añoramos este mundo, la verdadera tierra prometida! Asumamos este mensaje: “esperad”. El tiempo no importa -un día o mil años-, lo que importa es la intensidad y la calidad: esperemos confiando en “la promesa del Señor”, esperemos con “una vida santa y piadosa”, esperemos siendo “inmaculados e irreprochables”. La misericordia de Dios y la fidelidad del hombre se encuentran, segura el salmo de hoy.
3.- Llamada a la renovación de vida. Dios sigue viniendo hoy, a pesar de todo. Nos pide que colaboremos con El: "preparad un camino al Señor.... que las colinas se abajen…” Resulta sorprendente que el “evangelio de Jesucristo” comience con las obras y palabras del Precursor. La razón es que en el Bautista han ido a parar todas las palabras y promesas del Antiguo Testamento, que ahora alcanzarán en Jesucristo su última expresión y su cumplimiento. Hay una coherencia entre lo que dice Juan y lo que hace, entre su mensaje y su vida. Aparece en el desierto llevando una vida nada convencional; aparece solo frente a todo el pueblo. Así es el profeta. Abajar las colinas es limitar nuestro orgullo y amor propio y pensar primero en los demás. Juan llama a penitencia, que quiere decir cambio de la mente y del corazón, del hombre y de su contorno cultural. El que hace penitencia se sumerge en el futuro de Dios, que está viniendo, y deja atrás un hombre viejo y un mundo viejo. Esto es lo que simbolizaba el bautismo de Juan.
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