• Las tres situaciones que la parábola presenta (15) a pesar de ser diversas por lo que respecta a las cantidades confiadas a cada uno de los tres “empleados”, tienen en común que se trata de cantidades de dinero muy elevadas. Un talento equivalía aproximadamente a 21,7 kilos de plata. Se está hablando, pues, de mucho dinero.
• La respuesta (21. 23) del “Señor” (20.22) nos recuerda la que encontramos en Lc 16, 10: El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Aquí, en el contexto de la parábola que transmite Lucas (Lc 16, 1ss), ser de fiar significa utilizar el dinero de cara al mundo futuro, es decir, darlo ahora a los pobres.
• La recompensa de los empleados que hacen “trabajar” los bienes recibidos es compartir “el banquete del Señor” (21.23) en el Reino del Padre (34). El banquete del Señor, que puede tradu- cirse también como “su alegría”, es que todo el mundo viva, comenzando por los pobres. Una alegría que Dios vive cada vez que alguien es liberado de la injusticia. La dicha que noso- tros podemos sentir cuando esto se da es la misma que siente Dios. La compartimos con Él, por tanto, ya en esta vida.
• Las razones del tercer empleado (24-25) son muy claras: prefiere no arriesgar y mantener las cosas como están, antes de exponerse a perderlo todo; así el amo -piensa el empleado- no podrá reprocharle nada. Y se equivoca: en el Reino de Dios si uno quiere salvar la vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mt 16,25). Sólo dando, arriesgándolo todo, por poco que sea, habrá frutos.
• La resolución de “quitarle el talento y dárselo al que tiene diez” (28-29) nos recuerda otro pasaje de Mateo: Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene (Mt 13,12). Esto es en el contexto de la parábola del sembrador, donde Jesús mismo habla del rechazo que sufre por parte de muchos de sus oyentes que se han cerrado voluntariamente a su mensaje. No hacer trabajar los talentos es lo mismo que cerrarse al don de Dios. Es no confiar en que es el Padre quien puede evitar que perdamos la vida: vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños (Mt 18,14). Acoger el don de Dios supone, siempre, una actitud activa.
• La imagen bíblica que expresa la indignación de los malvados ante la felicidad de los justos (30) es todo un mensaje para nosotros: negándonos a hacer fructificar los dones que cada uno ha recibido (20-22), nos quedamos “fuera” del Reino (30).
• La parábola viene a indicar lo mismo que la anterior, la de las diez doncellas, que acababa diciendo: velad, porque no sabéis el día ni la hora (Mt 25,13). Pero ésta pone el acento en los frutos -“intereses” (27)- que ha de dar quien vela durante el “largo viaje” (14), es decir, entre la resurrección del Señor y su retorno; en concreto, desde que se ha recibido el don de la fe -“llamó a sus empleados y les dejó encargados de sus bienes” (14)- hasta el fin de la vida.
• Estar en vela esperando el día y la hora no es una actitud pasiva. Tampoco es una actitud conservadora. Al contrario. Es la vida propia del discípulo de Cristo, siempre itinerante: actitud activa, lanzada hacia aquellos que no pueden dar nada – los pobres (Mt 25,31-46)-, con la creatividad que da la vida a la intemperie y con el riesgo de ser rechazado y crucificado. He aquí, pues, los frutos: el amor “desinteresado” -es decir, buscar los intereses por los demás- y la creatividad a favor del Reino- es decir, invertir a través del testimonio para que el Reino, que ya está en medio de nosotros (Mt 12,28), sea conocido-.
• Estamos ante una parábola que se presta a fijarnos en nosotros mismos, y a hacer exámenes inacabables de las virtudes que tenemos y que no ejercemos. Si caemos en esto, olvidamos quien es el centro del evangelio: Cristo. Se trata, en cambio, de poner la mirada en Jesucristo, el Hijo que ha invertido todos los talentos de su divinidad y de su humanidad para hacerse esclavo y dar la vida a todo el mundo, como canta san Pablo (Fl 2,5-11). Con la parábola se nos propone tenerla mirada fija en Jesús (Hb 12,2) para ser, así, discípulos de quien nos precede en el trabajo del Reino de Dios.
• Este Evangelio nos puede hacer recordar -y rezar por ellas- a todas las personas llamadas por el Señor a dar fruto. Cualquier bautizado, llamado a dar los frutos del testimonio en medio de la vida cotidiana; aquellos que han recibido determinados sacramentos, como el del orden o el del matrimonio, o aquellas que han hecho un compromiso en la vida religiosa, todas ellas llamadas a dar unos frutos específicos. También las personas que asumen compromisos en los movimientos apostólicos y en otros grupos o instituciones de la Iglesia… Rezar para que unos y otras seamos fieles a lo que el Espíritu ya ha puesto en nosotros y que hemos de activar con nuestra propia iniciativa.
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