Señor:
Soy un trasto, pero te quiero;
te quiero terriblemente, locamente,
que es la única manera que tengo yo de amar,
porque ¡sólo soy un payaso!
Ya hace años que salí de tus manos
lleno de talentos y dones,
equipado con todo lo necesario
para vivir y ser feliz
–tu amor, tu caja de caudales,
tus proyectos,
tus sorpresas y regalos de Padre–.
Pronto, quizá, llegue el día
en que vuelva a ti…
Aquí estoy, Señor.
Mi alforja está vacía,
mis pies sucios y heridos,
mis entrañas yermas,
mis ojos tristes,
mis flores mustias y descoloridas.
Me espanta mi pobreza
pero me consuela tu ternura.
Estoy ante ti como un cantarillo roto;
pero, con mi mismo barro,
puedes hacer otro a tu gusto…
Aquí estoy, Señor.
Señor:
¿Qué te diré cuando me pidas cuentas?
Te diré que mi vida, humanamente, ha sido un fallo;
que he perdido todo lo tuyo y lo mío,
y me he quedado sin blanca;
que no he tenido grandes proyectos,
que he vivido a ras de tierra,
que he volado muy bajo,
que estoy por dentro como mi traje,
cosido a trozos, arlequinado.
Señor:
Acepta la ofrenda de este atardecer…
Mi vida, como una flauta, está llena de agujeros…,
pero tómala en tus manos divinas.
Que tu música pase a través de mí
y llegue hasta mis hermanos los hombres;
que sea para ellos ritmo y melodía
que acompañe su caminar,
alegría sencilla de sus pasos cansados…
Aquí estoy, Señor.
Florentino Ulibarri
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