1.- El festín, símbolo evangélico del Reino de Dios, preparado por El para todos es la idea que une la primera y tercera lecturas en este domingo. La salvación de Dios es para todos porque el amor de Dios es incondicional.
Lo que aparece en la versión de Mateo como una sola parábola era, en su origen según todos los expertos, dos parábolas que quedaron juntadas por la primera comunidad cristiana en una sola historia. Como lo tenemos en nuestra versión, el mensaje es doble y bien claro: Hay un banquete del Reino de Dios, y tenemos que estar siempre listos para entrar en él. El rey es Dios que nos invita a celebrar la boda de su hijo. Isaías nos describe esta boda como un festín del tiempo mesiánico.
Se invita a entrar en el Reino a todos los que nunca habían sido invitados porque además, los que siempre habían sido invitados no quisieron venir. Una vez más aparece reflejado claramente que las parábolas fueron dichas a enemigos de Jesús.
Pongámosle atención a la frase que dice que el banquete se llenó de buenos y malos. Va en la misma línea de revelación en que Jesús dice que Dios hace salir su sol sobre buenos y malos, o caer su lluvia sobre buenos y malos. Nos salvamos por gracia, nos salvamos porque Dios nos ama incondicionalmente, porque Dios nos ama aunque nosotros no llenemos las condiciones para ser amados.
2. Los rabinos contaban, en la época de Jesús, la historia del invitado tonto que había sido avisado del banquete y que había dejado para el último momento prepararse. En el momento en que llegó el novio (como las famosas vírgenes necias) no estaba listo y ni siquiera se había buscado el vestido apropiado que prestaba, en esos casos, el organizador del banquete.
El mensaje no puede ser más claro: ¿Estamos invitados, pero vivimos “como si” de un momento para otro fuéramos a tener que entrar? Recordemos que la plenitud del Reino llegará repentinamente, con la “repentividad” del ladrón. En cualquier caso, el Reino de Dios es solamente de Dios y sólo Dios decide quién entra y quién no.
Detrás de todo el relato está un versículo de Isaías (61,10), que dice: “Altamente me gozaré en Yahvé, y mi alma saltará de júbilo en mi Dios, porque me vistió de vestiduras de salvación y me envolvió en manto de justicia, como esposo que se ciñe la frente con diadema, y como esposa que se adorna con sus joyas” Hay, pues, que llevar el vestido que nos distingue como miembros de la comunidad de salvados por Dios; los primeros cristianos decían que había que pertenecer a la comunidad cristiana si se quería tener derecho a participar en el banquete del Reino.
3. La segunda lectura continúa el desarrollo de la carta de san Pablo a los Filipenses. Contiene una de las frases más bellas de todo el Nuevo Testamento: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Lo puedo todo en Cristo, que va en mi corazón hecho una sola cosa conmigo por la encarnación.
La fuerza de Dios, la Palabra de Dios, se ha hecho una sola cosa con nosotros y tenemos en nosotros toda la fuerza de Dios. Como dirá en otra parte el mismo san Pablo: “No yo, sino la gracia de Dios conmigo”. ¿Nos sentimos así? ¿Sentimos que, aunque experimentamos problemas y tentaciones, podemos vencerlas porque tenemos con nosotros, en nosotros, a Jesucristo, fuerza sabiduría, y Palabra de Dios?
Como todas las demás parábolas, las del Evangelio de este domingo, iban dirigidas a los enemigos de Cristo, a los que se escandalizan de que Cristo admita en su Reino sin condiciones a los indignos, a los pobres, a los que no llenan las condiciones. En esas parábolas Jesús dice: El banquete, o sea el Reino, era para vosotros, pero vosotros, los que teníais la prioridad, no quisisteis venir. Dios ha dado el lugar de vosotros a otros. Dios regala su salvación, si vosotros no la queréis, Dios la ofrece a otros.
4. Hemos sido llamados por Dios, ¿estamos preparados? ¿Somos de los llamados que responden a Dios o de los que buscan pretextos para no responder a Dios como Él quiere? ¿Nos escandaliza que Dios invite y deje entrar en su Reino a los que a nosotros nos parecen indignos? ¿Actuamos frente al Reino como si nosotros fuéramos los legítimos dueños o, humildemente, nos ponemos un vestido de penitencia y agradecemos a Dios que nos admita?
Antonio Díaz Tortajada
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