1.- Esta parábola sienta en el banquillo de los acusados a los representantes religiosos del pueblo judío y a todo su pueblo. A través de los siglos Dios ha enviado a sus mensajeros y de esos profetas tan conocidos como Amos, Miqueas, Isaías, Jeremías, Ezequiel y Zacarías fueron asesinados como en la parábola. Y el último enviado por Dios, Jesús el Hijo, fue echado fuera de Jerusalén y ajusticiado a petición de ese mismo pueblo. Por eso pierde el privilegio de pueblo escogido y se le da a otros viñadores que den fruto.
2.- Pero yo diría que la parábola es un canto al respeto de Dios al hombre y de su amor irreflexivo. Si so habéis dado cuenta todo sucede en la viña en ausencia del dueño de ella. Dios está ausente, pero eso no significa que no le importe el problema, ni que evada sus responsabilidades, ni que deserte de su posición de dueño de la viña.
Significa un incompresible respeto al hombre. Dios toma en serio al hombre y le deja actuar. No hace de él un robot. No interviene inmediatamente en escena, como hubiéramos hecho nosotros, que al primer rechazo de los viñadores y a su violenta oposición nos hubiera faltado tiempo para enviar a la policía autonómica, a la nacional y a la guardia civil.
Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos. Muy lejos está Dios de pensar como nosotros. Dios espera siempre. Dios confía siempre. Dios nunca muestra su orgullo ofendido.
3.- De Dios sabemos algo de su infinita sabiduría, de su poder invencible, de su majestad infinita, pero cuando se trata de su amor estamos perdidos, no entendemos nada. Cuando el amor de dios entra en juego, el Dios de los Ejércitos, el Dios Creador de todas las cosas, el que tocando los montes con un dedo los convierte en humo, ese Dios desparece y queda entre nosotros el Dios débil, el Dios Niño, el Dios marginal, el Dios al que tantas veces tomamos por payaso, el Dios irreflexivo, imprudente. Hubo un Rey Prudente en España. Nosotros tenemos un Dios Imprudente.
4.- Los viñadores apalean y matan a los primeros mensajeros. Y Dios vuelve a enviar otros y otros y otros. Y cuando los matan a todos “envía al que le queda, a su hijo querido” El que le queda. Da la sensación de que Dios se ha vaciado de todo en favor del hombre. Lo ha hecho todo. Ha enviado todo. Y no le queda más que el Hijo. Ya no tiene más que hacer ni enviar. Dios se queda en la miseria, pobre y vacío. Y Dios envía al Hijo todavía esperando y confiando en el hombre.
Un Dios que se empobrece y vacía por un ser tan miserable como el hombre… ¿hay un amor más irreflexivo e imprudente? ¿Podemos nosotros entender un amor tan grande? ¿O es que no nos atrevemos a admitirlo porque exigiría demasiado de nosotros? Podemos imitar a Dios en otras cosas, pero en su amor imprudente es demasiado para nosotros.
Aunque hay viñadores que no son de nuestra viña que lo han imitado, es una de tantas escenas del hambre en el mundo. Dos esqueletos vivientes tumbados en la arena del desierto. La fría noche ya está encima. La madre se quita la manta y la echa encima del hijo moribundo de hambre, sabiendo que al amanecer ella habrá muerto de frío, pero el hijo aun vivirá.
¿Entregará el Señor nuestra viña a esos viñadores que entienden a nuestro Dios Imprudente?
José María Maruri, SJ
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