1.- “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas. Lo primero que quiero decir es que lo más original de Jesús en estas frases es que equipara, declara semejante al mandamiento de amar a Dios el mandamiento de amar al prójimo. Es decir, que nadie puede amar cristianamente a Dios si no ama cristianamente al prójimo y nadie puede amar cristianamente al prójimo si no ama cristianamente a Dios. Las palabras “amor” y “amar” se emplean y se han empleado con múltiples significados en nuestra vida cotidiana. Por “amor” o “desamor” se puede matar y salvar, construir o destruir, ser feliz o desgraciado. Por eso, es necesario, cuando los cristianos hablamos de amor, añadir a esta palabra el adjetivo “cristiano”. Pues bien, dicho esto, es importante que reflexionemos sobre estas palabras de Jesús: el mandamiento del amor a Dios y al prójimo sostienen la Ley entera y los profetas.
En este caso, al decir: amar la Ley entera, se refiera a la Ley judía expresada principalmente en los libros bíblicos que componen el Pentateuco. Esto lo hacían escrupulosamente los fariseos, a los que Jesús tantas veces criticó. Se trata, pues, de amar también y cumplir lo que dicen los profetas bíblicos. A muchos profetas bíblicos: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, etc. los persiguieron y a algunos los mataron judíos que se creían fieles cumplidores de la Ley. Los profetas exigen no sólo cumplir la letra de la Ley, sino cumplir con el verdadero espíritu a la Ley, que no es otro que amar cristianamente a Dios y al prójimo. Es en este sentido en el que debemos preguntarnos nosotros, los cristianos, ahora: ¿cumplimos el mandamiento principal de Jesús, su evangelio, fijándonos no sólo en la letra, sino en el espíritu de lo que dice? La ley de Jesús, su mandamiento nuevo y principal, es amar a Dios y al prójimo como él nos amó. Si cumplimos no sólo literal, sino también espiritualmente, este mandamiento hemos cumplido la ley entera y los profetas.2.- Esto dice el Señor: no oprimirás al forastero…, no explotarás a viudas y a huérfanos…, si prestas dinero a mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses… Estos mandamientos de la ley de Dios, contenidos en el llamado “Código de la Alianza”, nos muestran maravillosamente el corazón de un Dios justo y misericordioso. Sí, nuestro Dios es compasivo y misericordioso, que se erige en juez imparcial con un amor preferente hacia los más pobres y marginados. Este debe ser siempre nuestro camino, el camino cristiano: amar a todos cristianamente y atender preferentemente a los que más lo necesitan. Los cristianos no debemos apostar siempre por los más fuertes y poderosos, sino mirar con especial predilección a los más débiles y marginados de la sociedad donde vivimos. Hagamos un esfuerzo para ayudar como mejor sepamos y podamos a estas personas que, por las circunstancias que sea, se encuentran en los márgenes más apartados y olvidados de la sociedad. Ya sabemos que no es fácil, pero, como digo, que cada uno ayude como mejor sepa y pueda y, en cualquier caso, animemos a las pocas personas que tan generosamente ayudan.
3.- Desde vuestra comunidad, la Palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y Acaya, sino en todas partes. Ya quisiéramos nosotros, los cristianos de hoy, que san Pablo pudiera decirnos a nosotros estas palabras que dirige, en esta carta, a los primeros cristianos de Tesalónica. Porque muchas veces nuestra fe es anodina, se queda dentro de los muros del templo, sin resonancia en el mundo exterior. Y, sin embargo, la fe cristiana, nuestra fe, debe ser elemento de evangelización exterior, llegar y contagiar a los de fuera. Algo de esto quiere decir el Papa Francisco cuando habla una y otra vez de la necesidad de que la Iglesia de Cristo sea siempre una Iglesia en salida. Esto, evidentemente, muchas veces no es fácil, debido a nuestras condiciones muy limitadas por la edad y por nuestro estilo de vida. Pero debemos intentarlo, al menos dentro de nuestra familia, amigos y personas más cercanas. Si la Iglesia de Cristo debe ser siempre una Iglesia evangelizadora, procuremos ser también cada uno de nosotros evangelizador, en la mejor medida que podamos y sepamos.
Gabriel González del Estal
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