1.- Salió el sembrador a sembrar. La Palabra de Dios, en sí misma es fecunda y eficaz, está preñada de un mensaje de salvación y liberación. Pero la eficacia de esta palabra, de esta semilla, no depende sólo de la carga salvífica que lleva dentro. La Palabra, la semilla, sólo puede actuar como tal cuando es sembrada en el corazón de las personas. ¿Cómo es sembrada? Pues normalmente a través de la lectura, o de la escucha, o de la meditación. La Biblia, sobre todo el Nuevo Testamento, algún libro piadoso de formación espiritual, las homilías, las charlas, los retiros, los acontecimientos de la vida, la propia naturaleza, todo puede convertirse para una persona piadosa en Palabra de Dios, en mensaje de salvación. Y, al revés, nada es palabra de salvación para el que se niega a escucharla, o se niega a llevar a la práctica lo que la Palabra de Dios le dice, o la escucha de momento, pero pronto la olvida, o la escucha y trata siempre de entenderla según sus propios intereses personales y no según los intereses de Dios. Esta parábola del sembrador que leemos hoy en el evangelio según san Mateo debe servirnos a cada uno de nosotros para examinar nuestra vida espiritual. La Palabra de Dios que oímos y escuchamos tan frecuentemente, ¿produce en nosotros frutos de vida cristiana? ¿Produce el ciento, o el sesenta o el treinta por ciento? No se trata sólo de escuchar, o de rezar vocalmente, o de leer de vez en cuando el evangelio, o de llevar una vida más o menos cristiana. Para un buen cristiano, escuchar la Palabra de Dios debe llevarle hasta el seguimiento radical de Cristo, hasta identificarse espiritualmente con Cristo, a pesar de todas las dificultades y obstáculos corporales, psíquicos y sociales de la vida presente. Escuchemos esta parábola del sembrador con atención y meditémosla con humildad, pidiéndole a Dios que nos dé un corazón dócil para recibir eficazmente su Palabra.
2.- Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo. Estas palabras del Segundo Isaías están dirigidas a un pueblo que vive en la esclavitud. El profeta quiere dar ánimos y esperanza a un pueblo desesperanzado, prometiéndole la liberación social y política, y el retorno a la tierra de sus padres. La palabra liberadora que sale de la boca de Dios no vuelve a Dios vacía, sino que vuelve después de hacer su encargo. Estas palabras del profeta deben ser palabras liberadoras y llenas de esperanza también para nosotros, sobre todo cuando nos encontramos mal físicamente, o con grandes dificultades psicológicas o sociales. También para nosotros la esperanza cristiana debe ser una esperanza que nos devuelva el coraje y las ganas de vivir y luchar en los peores momentos. Porque puede haber momentos muy duros en la vida de una persona, cuando humanamente no vemos motivos claros para seguir luchando y confiando. Abramos los evangelios y pidámosle a Cristo que nos dé su espíritu, su fe y su amor a un Dios Padre, que nunca nos va a dejar abandonados. La esperanza cristiana, o es liberadora o no es cristiana. Nuestro destino último es siempre la salvación.
3.- Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá… para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sí, en este mundo no siempre encontraos motivos suficientes para creer en un futuro liberador y salvador. Pero nuestra fe cristiana nos dice que nuestro futuro es la liberación de los males de este mundo. San Pablo les dice a los cristianos de Roma que no se desanimen, que ellos tienen las primicias del Espíritu y, por tanto, tienen derecho a esperar la redención del cuerpo, el momento en el que podrán vivir con la gloria propia de los hijos de Dios. No es cuestión de cálculos sociológicos; es cuestión de fe en un Dios que es salvador y liberador, que nos liberará y nos salvará. Como el profeta Isaías, en la primera lectura, también aquí san Pablo nos dice que no nos desanimemos, que un cristiano nunca debe perder la esperanza en un futuro de redención y salvación. El futuro salvador al que estamos llamados superará con mucho las miserias que actualmente padecemos. En el fondo, como siempre, es la fe en la resurrección gloriosa de nuestro cuerpo la que no nos debe dejar nunca caer en el desánimo y la desesperanza. Creamos en la palabra de Dios, en una palabra cargada siempre de una auténtica y real esperanza. Y vivamos de tal modo que lo que la palabra de Dios nos dice y nos promete se pueda realizar en nuestro corazón. Dejemos a Dios ser Dios y comportémonos nosotros como humildes hijos suyos, reconociendo nuestra pequeñez y miseria, pero confiando siempre en la potencia y la voluntad salvadora de nuestro Dios.
Gabriel González del Estal
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario