• Este diálogo de Jesús con los discípulos está situado en el contexto de la Última Cena. Justo antes, en el capítulo 13, el evangelista nos ha narrado la escena en la que Jesús les lava los pies y les ofrece seguirlo en su estilo de vida y de actuar con la frase: Os he dado ejemplo para lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis (Jn 13,15). Seguirle pasa pues por el abajamiento, por el servicio, por dar la vida totalmente, si es preciso, sabiendo que la muerte no es un final definitivo.
• Jesús nos invita a hacer-servir-amar como Él (Jn 13,15.34-35). El contexto en el que lo dice, la Última Cena, lo hace difícil. Justo antes de este diálogo que tenemos delante, Jesús le ha dicho a Pedro que le negaría muy pronto (Jn 13,36-38). Por esto, Jesús, junto a la invitación a hacer como Él, dice algo sobre la «casa del Padre» (2), lugar al que conduce «el camino» que ha emprendido (4), Y añade que Él mismo nos llevará (1- 4). Sólo hay que hacer su «camino» (6).
• Situados, pues, en la Última Cena, lo que escuchamos decir a Jesús es para dar sentido a un camino que, en aquel momento, cuesta mucho seguir, porque se prevé que será de sufrimiento. Pero situados después de la muerte-resurrección (este Evangelio siempre se ha leído después de la Pascua), como es vive del todo (3) nuestro caso, lo que le escuchamos a Jesús no es un deseo o una posibilidad. Le escuchamos afirmando que vive en la «casa del Padre»: está con Dios, totalmente unido al Padre. Y afirmando que también nosotros podremos estar allí, no por nuestra cuenta (Jn 13,33) sino siguiendo «el camino» que es Él mismo (6).
• Los discípulos -aquí Tomás y Felipe (5,8)- tienen dudas, no acaban de comprender lo que Jesús les propone vivir: ¿cómo podrán seguirle, vivir como Él, cuando Él no esté de la manera como está ahora? ¿Cómo sabrán que caminan hacia el Padre? Nos representan a nosotros. Y a toda comunidad que, como la de Juan, reflexiona sobre el seguimiento de Cristo cuando no se le ha conocido antes de su Pascua. O que da vueltas a si se- guir o no un camino que pasa por el compromiso, por el servicio… por la cruz. Todo buen discípulo duda y pregunta al Maestro. Dejémonos llevar por las respuestas de Jesús.
• Jesús, ante las dudas de los que buscamos a Dios, afirma que lo podremos encontrar en Él. Él y el Padre son uno (Jn 10,30): «quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (9). Jesús es el Hijo que se queda por siempre (3) en «la casa del Padre» (2) – expresión no de un espacio físico, sino de una relación personal íntima-. A Dios no lo tenemos que buscar fuera de este mundo. Lo encontramos en el hombre Jesús de Nazaret (Jn 19, 5), que aparece sometido a la injusticia, que ha asumido esta condición de los hombres y de las mujeres haciendo la gran opción de amor sin medida y se ha hecho carne (1Jn 1, 14).
• Pero esto no se puede descubrir si no conocemos a Jesús: «Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto» (7). La tarea de conocerlo es de nunca acabar: «Hace tanto… ¿y no me conoces, Felipe?» (9). Ante esta tarea inacabable, lo que denominamos ‘Estudio del Evangelio’, hecho de manera habitual, es un medio ideal. Ver, mirar, escuchar, contemplar, seguir… amar a Jesús en sus palabras, en sus gestos, en sus actitudes, en su atención a las personas, en su paso por los márgenes, en su dulzura y en su clamor en favor de los pobres, en su comunión con el Padre…
• Seguir a Jesús es un ejercicio de confianza. Confianza en que Él nos precede como buen pastor (Jn 10,4.11). Confianza en que su muerte no impide seguirlo: es la fe en la resurrección. Y confianza en que el servicio a los demás -comunión con los más pobres- es el verdadero «camino» -o la puerta (Jn 10,9)- que lleva a «la vida» (6), a la comunión con el Padre en la que Jesús ya vive del todo (3)
• Esta fe en Jesús, el verdadero «camino» que conduce a la vida en Dios ahora-aquí y después, da capacidad para «hacer las obras que él hace» y «aún mayores» (12). El discípulo, el que duda y tiene dificultades para comprender y para vivir con coherencia (nosotros, como Tomás y Felipe), es también quien pone fe en Jesús, quien se pone en manos del Padre (1). Y, de esta manera, vive la misma vida de Jesús, aquel que también fue débil, pequeño, condenado… servidor de todos. O, dicho de otra manera, acepta que el Resucitado viva en él y lo lleve, pasando por el servicio hasta darlo todo, a vivir plenamente con el Padre.
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