Reflexión del Evangelio de hoy
Iban a un pequeño pueblo llamado Emaús (Lc 24,13)
Todo lo acontecido en la Pasión y en la Cruz, ha desbordado el corazón de Cleofás y del otro discípulo, así como ha desbordado el corazón de los Once. Los discípulos-peregrinos de Emaús necesitan hacer dos caminos: uno geográfico: van de Jerusalén a Emaús (cf. Lc 24, 13); y otro interior: haciendo memoria de lo vivido en el corazón (cf. Lc 24,19-21).
Volver a Emaús significa para ellos tomar la decisión de dejar el camino de seguimiento de Jesús, la vida discipular y el anuncio del Reino. Sería como un volver atrás, un volver a lo conocido antes del encuentro con Aquel que revelaba a los no amados, el amor incondicional del Padre.
Cleofás y el otro discípulo avanzan en el camino hacia Emaús haciendo memoria de todo lo vivido junto a Jesús: sus palabras, sus gestos, su oración, su cercanía, sus encuentros significativos con una humanidad doliente… Pero también hacen memoria “sobre lo que había ocurrido”: la traición, el arresto, el juicio injusto, la condena, la pasión y la muerte en la cruz.
Emaús es una invitación a pensar en todas aquellas situaciones (personales/comunitarias) que hacen tambalear nuestras estructuras más profundas, aquellas en las que hemos puesto nuestras seguridades y aquellas que dan sentido a nuestros compromisos. Pero también, es el camino en el que evangelizan nuestras motivaciones reales para el seguimiento de Cristo. En Emaús, vuelve a resonar en el corazón la voz de una promesa: “ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar” (Jn 16,22).
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos (Lc 24,15)
Un corazón herido, unas expectativas defraudadas, y un “semblante triste” (Lc 24,16), manifiestan los sentimientos que acompañan el camino que hacen Cleofás y el otro discípulo. El problema no está en los ideales ni en las ilusiones ni en los proyectos misioneros, sino donde está afianzado el seguimiento de Jesús: en ideales inalcanzables, en el activismo o en una experiencia de encuentro y amistad con Él.
Para Cleofás, para el otro discípulo, y para nosotros, Emaús es el paso del camino ideal por el cual queremos seguir a Jesús, al camino real donde Jesús nos invita a transitar; ese camino real donde la Cruz nos ayuda a dimensionar las verdaderas motivaciones de nuestro seguimiento discipular-misionero.
Como tantas otras veces, Jesús se acerca al dolor humano y a la desesperanza. Él se hace compañero de camino, con sensibilidad, respeto y misericordia. Jesús se acerca, acompaña, escucha, pero no reemplaza a los discípulos en su proceso. Su escucha compasiva es capaz de ablandar la dureza del entendimiento y del corazón, para ayudarlo a transitar por el camino de la Palabra.
Acompañados por el Resucitado, cada paso del camino ayuda a poner palabras y nombres a los sentimientos, a las heridas, a las frustraciones. Sólo cuando se abre el corazón herido al Resucitado, estas realidades comienzan a sanar y se convierten en fuentes de conversión, sanación y testimonio.
…les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él (Lc 24,27)
Emaús es el camino de reencuentro con Jesús en el misterio de su Pascua, de su Palabra y de la fracción del pan. Para Cleofás y para el otro discípulo, se trata de un volver a experimentar el llamado de Jesús al seguimiento para anunciar el Evangelio.
Cuando Jesús interpreta la Palabra, la inteligencia y el corazón de los discípulos se desbordan: la inteligencia por la verdad y el corazón por el amor. Sólo entonces comienzan a comprender las exigencias del seguimiento: no se trata de retener a Jesús con ellos, tampoco de negar el dolor de la Cruz, sino a ser testigos de su Palabra en medio de un mundo crucificado por la inhumanidad y la desesperanza.
Para estos tiempos sinodales, el camino de Emaús, es el ícono de un camino de gracia: en él encontramos algunas luces para desinstalar aquellos esquemas (personales e institucionales) que nos llevan a la autorreferencialidad o al hermetismo: la escucha, el diálogo y el discernimiento.
Para aprender a caminar juntos, será esencial y significativo renovar (personal e institucionalmente) el “encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él”, como decía el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (cf. número 3). Todo encuentro con el Resucitado nos invita a aprender a detenernos para recalcular la senda. Como los peregrinos de Emaús, nos sentamos a la mesa para la fracción del pan, pero no para instalarnos en ella. El pan partido y compartido nos invita a reconocer a Jesús y a ponernos en camino para compartir la alegría del encuentro.
Jesús está siempre dispuesto a caminar con nosotros, a interpretarnos las Escrituras y a partir el pan:
¿Cómo fue mi “camino de Emaús” personal?
¿En qué momentos de mi vida sentí a Jesús como compañero de camino?
¿Qué significa para mi “caminar con otros”?
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