Hemos visto al Señor
En los domingos de Pascua se nos presenta la realidad que significa cada domingo cristiano a lo largo del año. Frecuentemente hemos convertido la celebración dominical en el mero cumplimiento de un deber, de un precepto, o simplemente un acto de devoción individual, de un contacto privado entre Dios y mi alma, sin referencia a la comunidad ni a la construcción del Reino de Dios.
La lectura del Evangelio de hoy nos muestra, por el contrario, cuál es el contenido e importancia del domingo. A él se llega como meta y conclusión de toda la semana: nuestros anhelos, trabajos, fracasos, tareas, logros…. En él se celebra todo eso en comunidad con el Señor resucitado y en la fuerza del Espíritu. De él se sale enviados otra vez, pero con nuevas fuerzas a la misión que consiste en vivir y colaborar con el Reino de Dios en la vida cotidiana cada cual según su carisma, sinodalmente: ” discípulos y discípulas caminando juntos en salida”.
Un autor ortodoxo decía que “el pecado mayor y raíz de todo pecado es el no reconocer la presencia de Jesús Resucitado en medio de nosotros”. Por el contrario en las lecturas de hoy se nos señala cómo es esta presencia y qué efectos tiene para la persona, para la comunidad y, través de ella, para la sociedad.
Con cuatro verbos podemos señalarlo: “conocerle”, “reconocerle”, “reconocerme”, “reconocernos”.
“Conocerle»
Gracias a la experiencia de la resurrección, los discípulos conocen que Jesús no está muerto. Que el Resucitado es el mismo que el Crucificado (sus llagas lo muestran) y que sigue teniendo con ellos y con todos las mismas actitudes de entrega amorosa que lo llevaron a la cruz: “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1): “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Este Jesús, crucificado y resucitado, no es un ausente ni un impotente, lejano y distante. Resucita para continuar su presencia y su acción liberadora, pero ahora en la plena potencia de su existencia glorificada.
“Reconocerle”
Debido a este conocimiento, posible por la fe, Tomás lo “reconoce”. No ve solo a Jesús como antes de su resurrección, ni tampoco lo ve lo mismo. Lo reconoce como Dios y Señor, títulos reservados al Padre en el At y que hubiesen constituido, para un judío fiel como Tomás, una horrible blasfemia, si se los hubiese atribuido a Jesús, sin esta apertura del Espíritu, a la revelación que iniciaba el Nuevo Testamento.
“Reconocerse”
La fe es una relación, no una ideología. La ideología se queda en coleccionar ideas, la relación interpersonal involucra, cambia, transforma la vida y su curso posterior. Tomás no dice teóricamente que Jesús es Dios y Señor, sino que lo confiesa: “Señor “mío”y Dios “mío”. Es un nuevo Tomás el que está naciendo ahora, con una nueva comprensión de su identidad, su proyecto vital, su tarea, su futuro, incomprensibles ya, e inconcebibles sin el protagonismo de Jesús resucitado en su existencia.
“Reconocernos”
Lo que la fe ha producido en Tomás y en los otros discípulos, no se queda en una vivencia individualista. Por ella son constituidos en una comunidad a través de la cual Jesús sigue salvando. Loa frase sobre el perdón de los pecados, lo señala. No se trata simplemente del sacramento de la reconciliación (penitencia, confesión), sino de la labor total de Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y que se va realizando en toda obra de superación de las injusticias, las agresiones, las enemistades, los rencores, las culpabilidades morbosas y produce la reconciliación, la humanización, la paz.
Para ver esta obra del Resucitado a través de la vida, celebración y predicación de la comunidad eclesial el texto de la Carta de san Pedro, que proclamamos en la segunda lectura, nos habla de las actitudes interiores de la persona que se van produciendo si caminamos con fidelidad en este camino de seguimiento del Resucitado: fe, fuerza, esperanza, alegría en medio de las luchas, vida nueva, premio, salvación, amor a Jesús aun sin verlo corporalmente.
Y en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, el retrato ideal de lo que debe ser una verdadera comunidad, nos señala los elementos que nunca deben faltar en esta: la enseñanza de los apóstoles, la eucaristía (fracción del pan), el compartir y compartirse para que nadie pase necesidad, la oración en común, la alegría en medio de las pruebas, y la apertura para recibir como hermanos a los que el Señor vaya atrayendo a formar familia con nosotros.
Todo esto se celebra, se anuncia, se vive y se ha de testificar en nuestra celebración dominical como núcleo y central energética de nuestra vida y misión.
¿Qué importancia y significación tiene para mi vida la celebración de la Eucaristía dominical?
¿Cómo me resuenan en el interior los verbos: “conocerle”, “reconocerle”, “reconocerse” y “reconocernos”?
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