Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, cuando nuestro Señor Jesucristo, como indica la profecía de Zacarías, entró en Jerusalén sentado sobre un pollino de borrica, y a su encuentro salió la multitud con ramos de olivo.
Procesión: Mt 21, 1-11. Bendito el que viene en nombre del Señor.
Misa: Is 50, 4-7: No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado. Sal 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Flp 2, 6-11: Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo. Mt 26, 14 – 27, 66: Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Comenzamos propiamente la Semana Santa, con el domingo de la Pasión del Señor. Las misas principales del día arrancan con la procesión y lectura de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, jaleado por la gente hoy, abandonado mañana por los mismos. Después, la misa se centra en la lectura de la pasión, este año de Mateo. Se nos dice que los evangelios comenzaron siendo un relato de la pasión con una introducción, desde la concepción hasta la entrada en Jerusalén, y un cierre, la resurrección. Por eso no extraña que su narración adquiera autonomía y relieve propios en los evangelios y la misma liturgia.
Unos días antes de la Pascua, Jesús es recibido en Jerusalén como profeta, pero, aunque entre aclamaciones, accede con los signos de la humildad, a lomos de un pollino. Su reino y mesianismo no son como la gente imagina; sin embargo, se muestra en la línea del tercer canto del Siervo de Isaías de la primera lectura, para los evangelistas encarnado en Jesucristo, especialmente en su pasión. En efecto, Cristo no se echó atrás sino que afrontó las consecuencias del cumplimiento de la voluntad del Padre, afrontando insultos y salivazos, sin perder la confianza en que finalmente triunfará sobre la maldad: “sabiendo que no quedaría defraudado”. Esta es la actitud con la que los cristianos debiéramos afrontar las contrariedades de la vida, especialmente al ser víctimas de planes malintencionados contra nosotros, defender la verdad siendo fieles a los preceptos cristianos sabiendo que al final el bien triunfará como Cristo en su pasión. Ello no mitiga dolores ni ultrajes, no hace desaparecer por arte de magia insultos o salivazos. Es como Cristo vivió su pasión y, por lo tanto, modelo para las nuestras.
Si humilde entró en Jerusalén, más humillado terminó, conforme nos dice la epístola a los filipenses: rebajado hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Cristo no hizo alarde de su categoría, se despojó de su rango y Dios premió sus padecimientos con la exaltación de su resurrección.
Cuando escuchamos la pasión, los creyentes ya sabemos que Jesucristo fue resucitado por el Padre, hay final feliz. Si justo cuando vamos a entrar al cine nos cuentan el final de la película, nos la estropean. Un poquito nos ocurre esto. Por ello, puede ser bueno hacer el ejercicio mental de escuchar y releer la pasión ignorando, abstrayendo de nuestra mente el desenlace. De lo contrario tenemos todavía más difícil meternos en la piel de Cristo y sus discípulos. Ellos lo vivieron con incertidumbre, confiados (o no) solamente en la fidelidad de Dios a sus promesas. ¿Cómo, si no, acercarnos a la agonía en el huerto de los olivos? ¿Cómo, si no, entender la traición de Judas, la negación de Pedro o la huida del resto? ¿Cómo, si no, comprender al pueblo, primero adulador y luego escogiendo a Barrabás e invocando la cruz para él? Meditemos la pasión de Cristo poniéndonos en el pellejo, mentalmente, de cada personaje, tratando de tener los mismos sentimientos de Cristo y buscando nuestro parecido -o desemejanza- con los protagonistas.
Jesús sufrió la pasión como hombre, anclado en su fe y la fidelidad a la voluntad del Padre; sin dejar la humanidad, mejor dicho, más persona que nosotros, encaró el sufrimiento como Hijo, conforme a la imagen que Dios restaura en nosotros por su gracia. Por ello, triste hasta el punto de morir –¡Vaya expresión!–, pide que se haga la voluntad del Padre, mientas desearía que pasara de él el cáliz que le ha tocado. ¿Somos nosotros capaces de beber el cáliz? ¿No rehuimos? El cáliz de la última cena, aceptado por todos entonces, ¿lo veremos en el momento de la pasión de nuestra vida? ¿Cómo entendemos a diario en las eucaristías la expresión: “Tomad y bebed… este es el cáliz de mi sangre…”? Recordemos la pasión y todo lo que encierra; imitemos a Cristo, sufriendo fiel y valiente, afrontando con la misma fidelidad, entereza y ánimo las contrariedades de la vida y los esfuerzo que nos impone la caridad cristiana para con nuestros prójimos más cercanos, nuestra familia, compañeros de trabajo, vecinos, amigos y cada cual los suyos. Sí, bebamos el cáliz, en esperar nada a cambio. “Mi cáliz lo beberéis, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda…”, había dicho Jesús.
Pedro presumía de beberlo llegado el caso; “yo jamás caeré”, alardeaba. Cayó rendido de sueño en el huerto y negó antes del tercer canto del gallo. ¿Y nosotros? ¿Cuántas veces? ¿Cómo le negamos? ¿Cuándo caímos dormidos? Seguramente menos a las claras que Pedro y con tanta o más contundencia. Pregúntatelo. No hace falta un “no conozco a ese hombre” para negarle. ¿O no hay formas más eficaces y menos inculpatorias de actuar como si no le conociéramos?
Cristo sabía que no podía confiar en el testimonio de los suyos. Ante las autoridades callaba salvo si le preguntaban por su identidad. Si le preguntan directamente lo afirma: “Tú lo has dicho”, al sumo sacerdote; “Tú lo dices”, a Pilatos. Pidamos a Dios la misma asertividad en nuestra fe, proclamando de palabra y -ojalá- de obra nuestra fe. Por tanto, no nos lavemos las manos a la hora de defender la verdad; no la nuestra, sino la Verdad. Judas quiso defender su verdad, el mesianismo cabal según sus entendederas, traicionó a la Verdad. No exijas un Cristo a tu medida; acomódate tú a Cristo.
Muerto ya, los primeros en confesar a Cristo son los romanos, el centurión y sus hombres: “verdaderamente este era hijo de Dios”. Y las mujeres que le habían seguido “para servirlo” se mantuvieron allí. ¿Cómo lo vivirían, me pregunto? Ellas no le negaron; al contrario, le siguieron en el camino de la cruz. ¡Qué ejemplo! Sin abrir la boca, en segundo plano, se mantuvieron fieles en el Calvario. Incluso se quedaron “sentadas enfrente del sepulcro”.
Releamos en nuestras meditaciones de esta semana, hasta el viernes inclusive, la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Escudriñemos los detalles, revivamos las vivencias de los personajes, acompañemos a Cristo como las mujeres, atentos a todo lo que sucede, fieles al Señor en su via crucis, expectantes ante lo que pueda deparar la entrega del Siervo injustamente condenado; en un silencio atento, concentrado en la pasión de Cristo, modelo de tantas pasiones propias y ajenas.
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