Cristo hace uno de sus más grandes milagros: salvar de la muerte a su querido amigo, Lázaro. Y para hacerlo, se aseguró que pasaran cuatro días después muerto, de modo que no quedara duda de lo grandioso de su milagro. A Jesús no le importó tener que regresar a una región donde lo buscaban para detenerlo y matarlo, así de grande era su amor por Lázaro y sus hermanas Marta y María. Por eso al llegar, sufre y llora con ellas. Muchos verán a Lázaro salir con vida del sepulcro. Algunos cambiarán su vida para siempre y otros, ni así se convertirán.
La muerte siempre es un tema que nos hace reflexionar. A la mayoría no nos gusta hablar de ella, pero es una realidad que no podemos evitar. A todos nos llegará el fin de nuestros días en esta vida y deberemos entregar cuentas a Dios de lo que hicimos con ella. De esto dependerá nuestra salvación y gozo eterno en la otra vida.
Ante la realidad de la muerte, Dios nos invita a “resucitar” cada día a una vida nueva; a decidirnos a seguirlo y a hacer de nuestra existencia una obra de amor, en cada comportamiento, en cada gesto, en cada acción que emprendamos.
No sabemos si hoy es el último día con el que contamos para hacer lo más importante que Cristo nos ha encargado: amar. Y aunque por momentos no resulte fácil, con la ayuda de Dios podremos levantarnos para volverlo a intentar.
En esta Cuaresma, ¿estoy en amistad con Jesús para así poder vivir una vida más plena, generosa y llena de amor?
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