19 marzo 2023

Tener vista

 

Tener vista

En varias ocasiones la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) ha organizado una experiencia que permite a quienes no carecen del sentido de la vista ponerse en la piel de una persona ciega: con los ojos tapados por un antifaz, deberán hacer un recorrido enfrentándose a los obstáculos que las personas ciegas diariamente tienen que afrontar en su vida cotidiana. La reacción de quienes han realizado esta experiencia suele ser unánime: todos deberían realizarla para ponerse en la situación de las personas con discapacidad visual. Pero también coincidían en que esta discapacidad hace que se potencien otras capacidades que sí tienen. Porque una cosa es el sentido de la vista, con el que los ojos perciben algo, y otra cosa es “tener vista”, un conocimiento o sagacidad para descubrir algo que otros no ven. Y todos podemos “tener vista”.

En la 1ª lectura ya hemos escuchado que la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón. Y en el Evangelio de hoy vemos dos ejemplos de esto: por una parte, están los que ven pero no tienen vista; y por otra parte, está ese ciego de nacimiento, que no veía pero sí que “tiene vista”, tiene capacidad para reconocer a Jesús como el Hijo de Dios.

Este ciego de nacimiento era considerado un “discapacitado” que sólo podía pedir limosna; además, algunos pensaban que era culpable de su ceguera: ¿Quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego? Pero Jesús mira el corazón de este hombre y lo elige para que se manifiesten en él las obras de Dios.

Porque el ciego de nacimiento en realidad tenía mucha vista, como nos muestra el proceso que recorre tras recuperar el sentido de la vista: empieza refiriéndose al Señor como ese hombre que se llama Jesús, y ni siquiera sabe dónde está. Sólo sabe decir lo que Jesús había hecho con él: Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo. Pero cada vez tiene más “vista” y cuando le vuelven a preguntar sobre Jesús, él afirma: Que es un profeta; ya lo reconoce como alguien que habla y actúa de parte de Dios.

Y su “vista” sigue aumentando porque se atreve a rebatir a quienes acusan a Jesús de ser un pecador: si éste no viniera de Dios no tendría ningún poder.

Por eso, como ahora no sólo ve, sino que “tiene vista”, cuando Jesús se encuentra de nuevo con él, lo reconoce como el Hijo del hombre, el Mesías esperado: Creo, Señor. Y se postró ante Él.

Este cuarto domingo de Cuaresma nos invita a ponernos en la piel del ciego de nacimiento y preguntarnos si “tenemos vista” o estamos “ciegos” en lo referente a la fe, y experimentar los obstáculos a los que él tuvo que enfrentarse en su proceso de fe.

Quizá nos cuesta, o no nos han enseñado a “ver la presencia de Dios”, y nos limitamos a “pedir limosna”, a dirigirnos a Dios cuando tenemos alguna necesidad pero sin “verle” realmente.

Quizá lo único que “vemos” de Jesús es su humanidad, ese hombre que se llama Jesús, pero del que no sabemos nada más, ni dónde está ahora ni cómo encontrarle, y seguimos “ciegos” para verle.

Pero quizá, aunque estemos muy “ciegos” en la fe, tenemos ya algo de “vista” y en ese hombre que se llama Jesús, por su acción en nuestra vida, vamos descubriendo que es un profeta, a alguien que habla y actúa de parte de Dios. Quizá no sepamos todavía explicar con claridad esto que vamos “viendo”, experimentando, en nosotros, y sólo podemos decir: sólo sé que yo era ciego y ahora veo.
Quizá en nuestro proceso de fe también nos tengamos que confrontar con quienes nos preguntan: ¿Dónde está Él? O con quienes niegan su divinidad: Este hombre no viene de Dios. O con quienes no van a querer escuchar nuestros razonamientos respecto a Jesús: ¿Nos vas a dar lecciones a nosotros?

Pero si “tenemos vista”, ninguno de estos obstáculos nos impedirá “ver” al Señor cuando nos encontremos con Él, y afirmar como el ciego de nacimiento: Creo, Señor.  

Una persona ciega desarrolla otras capacidades para poder desarrollar su vida. Si descubrimos que somos “ciegos en la fe”, esto ha de ser un estímulo para procurar “tener vista” y descubrir la presencia del Señor en nuestra vida. Las tradicionales prácticas cuaresmales: la oración, el ayuno, la limosna, vividas en su sentido profundo, serán medios que nos permitirán superar los diferentes obstáculos para que se nos abran los ojos y podamos afirmar con convencimiento: Creo, Señor.

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