Monición a la lectura:
La sed es una realidad que amenaza constantemente a quienes viven o caminan por el desierto. ¿Cuántos pueblos existen hoy “torturados por la sed”? El agua es un bien escaso y parece que el desierto avanza.
Pero aquí el problema no era sólo de sed, sino de fe. Si Dios les ha sacado de Egipto, ¿no está obligado a facilitarles el camino por el desierto, hasta llegar a la Tierra Prometida? Si ahora mueren de sed, o es que Dios es malo o es que no existe. “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”
Es un argumento que incluso hoy día se sigue utilizando. Si Dios existe, si es bueno y poderoso, ¿por qué deja morir de hambre y de sed a tantos pueblos?
(B)
Dios mantiene su fidelidad con el pueblo de Israel en el desierto, y le da el agua que necesita para calmar su sed.
Más adelante, será Jesús el agua que calma la sed de las necesidades más profundas. Escuchemos con fe.
En aquellos días, el pueblo torturado por la sed, murmuró contra Moisés: – ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
Clamó Moisés al Señor y dijo: -¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
Respondió el Señor a Moisés: -Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?
Palabra de Dios
Monición al salmo:
No endurezcáis el corazón, no pongáis a prueba a Dios. Él no nos falla nunca. Sólo nos pide a cambio un poco de fe y que te dejes querer.
No endurezcáis el corazón, no dudéis jamás de Dios. Él sólo nos pide un poco de agua, un poco de amor.
No endurezcáis el corazón, ni os olvidéis nunca de Dios.
Salmo: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”
(Salmo 94)
Monición al Evangelio:
Si el hombre pedía –y pide- agua a Dios, ahora es Dios el que pide agua al hombre. Dios se hace mendigo nuestro. ¿Quién será capaz de negar a Dios un poco de agua?
Pero a la vez, Jesús suscita otra sed más profunda, que sólo Él podrá saciar ¡El agua viva! Esta es una sed dichosa. El sentirla ya es una gracia. Dichosos los que tienen mucha sed de Dios, porque serán saciados.
La narración de la samaritana es un modelo de catequesis. El diálogo entre Jesús y la mujer está lleno de tacto, de profundidad y de poesía. No nos cansamos de leerlo y de meditarlo.
+ Lectura del santo Evangelio según San Juan
En aquel tiempo llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber” (Sus discípulos se habían ido al pueblo a buscar comida). La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?, ¿eres tú más que nuestro padre Jacob que nos dio de este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?”. Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. La mujer le dice: “Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve”. La mujer le contesta: “No tengo marido”. Jesús le dice: “Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La mujer le dice: “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén, daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos”. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Yo soy: el que habla contigo”.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”.
Palabra del Señor
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