Tú te metiste en la vida de una persona
pidiendo ayuda,
que es la mejor manera de caminar juntos.
Señor, que sepamos pedir
cuando estemos necesitados,
que sepamos dar cuando tengamos algo
que el otro necesita,
que estemos atentos para adivinar su carencia.
Haznos sensibles al hermano, ayúdanos,
Jesús, a compartir.
Hablaste con la samaritana, con esa empatía
que tenías con las mujeres,
y le sorprendió tu cercanía, porque siempre
se te siente cálido y cerca.
Le hablaste de un agua que calma
todas las sedes.
Sabes Tú, Señor, que tenemos sed
de tantas cosas…
Y Tú eres el agua que calma nuestra sed
de poder, de prestigio, de dinero,
de tener razón… de deseos que nos envuelven
y nos succionan la vida.
Tú sabes, Señor, que estamos buscando
satisfacer nuestras necesidades,
con compras, viajes, experiencias, aventuras,
relaciones y cosas,
pero el vacío interior sigue ahí,
en los adentros, rugiendo…
porque de lo que tenemos sed es de Ti,
Padre, de tu presencia,
de gozar de tu amor, de gastar la vida
en tus cosas.
Te andamos buscando por todos los rincones,
pero te ponemos otros nombres:
orden, eficacia, salud, trabajo, bienestar,
familia, tareas del reino…
y seguimos corriendo, pero nada
nos desasosiega del todo,
porque tenemos la misma sed de felicidad
que la samaritana.
Hoy quiero decidir que Tú seas mi única bebida
vivir la vida más contigo,
decirte un sí rotundo, para calmar desasosiegos
para frenar agitaciones,
para dejar que me empapes, calmes mi sed
y me pongas en contacto con ese manantial
que llevo dentro,
que eres Tú, que salta dentro de mí,
provocando vida sin término.
Mari Patxi Ayerra
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