“LA CREACIÓN, EXPECTANTE, ESTÁ AGUARDANDO LA MANIFESTACIÓN DE LOS HIJOS DE DIOS»
1.- Se nos invita a abandonar el camino destructivo del pecado. Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación, escribe Pablo en la segunda carta a los Corintios. La causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la comunión con Dios también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto. Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el Dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás. Cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas –y también hacia nosotros mismos–, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca. Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse. La Cuaresma, nos dice el Papa en su mensaje para este año, “es un signo sacramental de la conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna”. El evangelio de Mateo nos ofrece estas mismas herramientas, tres actitudes para renovar nuestro seguimiento de Jesús: el ayuno, la oración y la limosna.
2. Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de devorarlo todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Ayunar no es hacer un ejercicio de autocontrol para demostrar el autodominio de uno mismo o para tener satisfecho a Dios. Esto será útil sólo si nos hace amar más a Dios y a nuestro prójimo. Recordemos la Escritura: “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que está desnudo, y no cerrarte a tu propia carne” (Isaías 58, 6-7) No se trata sólo de privarse de comer carne, también podemos ayunar de televisión, de tabaco, de fútbol, de ordenador. ¿Para qué? Para ser más libres y dedicar nuestro tiempo al que más nos necesita.
3.- Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo. Necesitamos declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Sin oración no hay experiencia de Dios. Entendemos con frecuencia la oración como “pedir” ayuda al Señor cuando estamos en apuros. Orar es, sobre todo, escuchar a Dios, que nos habla a través de su Palabra, de las personas y de los acontecimientos (los signos de los tiempos)
4.- Dar limosna para compartir. Para salir de la necesidad de vivir y de acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir, a amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero y encontrar en este amor la verdadera felicidad. Dar limosna puede ser relativamente fácil. Quizá tranquilicemos nuestra conciencia, pero esto no es suficiente si no nos mueve el espíritu de caridad que nos hace ser solidarios con el sufrimiento de nuestro prójimo. No basta con dar dinero, también tiempo o cariño o esperanza... Que el signo penitencial de la ceniza sea expresión de nuestro deseo de acercarnos al Señor y a los hermanos.
¿Cómo ayunaré este año? ¿Cómo y cuándo será mi oración? ¿Qué gesto de amor haré en favor de mis hermanos, en especial de los más necesitados?
José María Martín OSA
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