Iniciamos la Cuaresma y con ella, un tiempo para la reflexión y penitencia. Jesús nos pone el ejemplo a través de su propio ayuno y oración en el desierto. Con ello fortalece su espíritu para iniciar su gran misión: salvar al mundo. Y al final de este ayuno, cuando el malicioso demonio sabe que Jesús está más débil físicamente, trata de engañarlo ofreciéndole comida, riquezas y poder. Pero debe llenarnos de gozo que pudo más el amor de Cristo por su Padre y por su misión en la vida y rechazó al mal.
Nosotros también nos vemos tentados todos los días por el diablo. Igual que a Cristo, se nos presenta el mal disfrazado de bien; se aparece en las cosas que sabe que más necesitamos o que más nos atraen: el divertirnos; el hacernos sentir importantes; el parecer que estamos a la moda; el hacernos creer que somos mejores que los demás…
Si dejamos que eso nos domine, estamos dejando que el diablo nos aleje de Dios. Pero sí lo vencemos, el diablo se irá, y aunque vuelva otra vez, cada vez nos resultará menos difícil rechazar sus ofrecimientos. Cuando rechazamos hacer el mal estamos abriendo puertas a la paz, a la felicidad verdadera y a la salvación.
Rechazar lo atractivo del mal no siempre es fácil. Por eso necesitamos tener siempre presente que a la vida venimos a amar, como el Padre nos ama. Y esto sólo se logra con fe, oración y conocimiento de Dios.
¿Cómo puede ayudarme la oración, la comunión y la reflexión de la Palabra de Dios a saber rechazar al mal?
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