1.- Continuamos escuchando en el Evangelio de Mateo la aplicación de las bienaventuranzas a la vida de la comunidad cristiana, dentro de este capítulo 5 que venimos escuchando en las últimas semanas y que termina hoy. En las tres lecturas hay una llamada a ser santos (“sed perfectos”, dice Jesús). Y esa santidad pasa necesariamente por el mandamiento del amor, que es el que empapa todo el mensaje de Jesús, y que vamos viendo aplicado desde las bienaventuranzas hasta el texto de hoy en su forma más radical. Esa llamada a la santidad contrasta con el estar sometidos a nuestra condición de seres humanos, imperfectos, limitados. Cuando comenzamos la Eucaristía lo hacemos reconociéndonos necesitados de Dios, pecadores. Pero Dios sabe bien de nuestra frágil naturaleza, porque se ha encarnado, ha sido uno de nosotros. Y nos sigue llamando y convocando a ser perfectos, a vivir el amor como Él lo vivió. Porque sólo el amor vivido así, a su estilo, hará posible nuestra santidad.
2.- Ese amor de nosotros hacia Dios no se puede improvisar. Es un amor que nace de una experiencia religiosa, una experiencia que da sentido a toda nuestra vida. Para el pueblo de Israel, esa experiencia fue la de sentirse liberados. Descubrieron a un Dios preocupado por sus vidas, por sus sufrimientos. Descubrieron a un Dios que se les dio a conocer liberándolos de la esclavitud de Egipto. Descubrieron al Dios de la libertad y del amor. Años más tarde, esa experiencia religiosa se “enfrió”, por decirlo de alguna manera, o quizás se “descafeinó”. Y se “escondió” a ese Dios del amor y de la libertad debajo de un montón de normas que hacían la vida más difícil, en vez de todo lo contrario. Entonces llegó Jesús, y comenzó a “desvelar” al Dios del amor y de la libertad que estaba en el origen de la experiencia religiosa de aquel pueblo. Y Él mismo se convirtió en experiencia de amor y de liberación para cuantos le siguieron, desde entonces hasta hoy.
3.- Detrás de esa experiencia de amor y libertad que los cristianos descubrimos no pueden haber obligaciones, sino gratitud. Gratitud hacia un Dios que se ha hecho uno de nosotros y ha dado su vida para que tengamos Vida eterna. Gratitud a un Dios que no deja nunca de preocuparse por sus hijos e hijas, especialmente por los más pobres e indefensos. Gratitud hacia un Dios que nos ama y nos ha amado incondicionalmente, sin nosotros pedírselo, ni merecerlo. Esa es la experiencia religiosa que tiene que estar en el origen de nuestro seguimiento de Jesús. Si está, descubriremos que es el amor el motor y el sentido de nuestras vidas, el amar al estilo de Dios, al estilo de Jesús. Pero si no está, todo nos vendrá cuesta arriba, desde el venir a Misa, hasta el desprendernos de lo nuestro para que otros puedan vivir dignamente, y no digamos el “amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por os que os persiguen y calumnian”, que propone hoy el Evangelio.
4.- Ante las dificultades de la vida, los cristianos confiamos en el amor, que está avalado por una experiencia religiosa: sentirnos amados y ayudados por un Dios que se ha comprometido por nosotros. Es el mismo Dios del amor y de la libertad al que el pueblo de Israel descubrió y siguió. Y el mejor agradecimiento que podemos mostrarle es el vivir unidos, en comunidad, en Iglesia, siendo todos, una gran familia. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”. Es lo que Pablo les dice a los recién bautizados de la comunidad de Corinto. Todos los bautizados formamos un solo cuerpo, somos parte de la misma comunidad, de la misma parroquia, y estamos llamados a ser un signo de unidad para las personas que conviven con nosotros. “Mirad como se aman”, era la expresión de la gente cuando veían el estilo de vida de los primeros cristianos.
5.- La Eucaristía es el momento de mayor agradecimiento de los cristianos. Es cuando damos gracias a Dios por la entrega de su hijo Jesús. Es cuando fortalecemos nuestra experiencia religiosa para salir a la vida de cada día y ser testigos de ese Dios del amor y de la libertad que se ha comprometido con la humanidad y que nunca nos va a abandonar. Nuestro compromiso es vivir en acción de gracias, vivir amando. Termino con una frase que leí al preparar esta reflexión: “amar igual que Dios, solo Dios; pero amar a su estilo, es posible”. Proclamemos nuestra fe como comunidad cristiana en el Dios que nos ama y nos ha hecho libres para responderle con gratitud.
Pedro Juan Díaz
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